El jugador desplumado se estremeció bajo las pieles, y
echó a andar, revolviendo en su espíritu ideas de
desesperación, y pensando más que nunca en la caja de pistolas que
lo aguardaba en el cajón de la cómoda; pero, después de
haber andado algunos pasos, se detuvo ante un espectáculo
desconsolador.
En un banco de piedra colocado, según se usaba
antiguamente, a la puerta monumental de un palacio, una niñita de seis o
siete anos, vestida apenas con un vestido negro hecho jirones, estaba sentada en
medio de la nieve. Se había dormido allí, a pesar del frío
cruel, en una actitud espantosa de fatiga y de aniquilamiento, y su pobre
cabecita, y su hombro delicado, aparecían desplomados sobre un
ángulo de la pared y descansaban en la helada piedra. Uno de los zapatos
con que iba calzada la niña se había salido del pie, y
yacía lúgubremente ante ella.
Con ademán automático, Luciano echó mano
al bolsillo; pero recordó que un momento antes no había encontrado
ni una moneda olvidada de veinte sueldos, y que no había podido dar
propina al mozo del club. Sin embargo, impulsado por un instintivo sentimiento
de compasión, acercóse a la niña, e iba quizá a
llevársela en brazos y darle asilo por aquella noche, cuando, dentro del
zapato caído en la nieve, vio que brillaba algo.