Pero el reloj dio la una, y el cuarto, y la media, y los tres
cuartos... y Luciano seguía sentado a la mesa infernal.
Por fin, un minuto antes de las dos, el director de la partida
se levantó bruscamente y dijo con voz lenta:
-¡Caballeros! ha saltado la banca... Basta por hoy.
Luciano, de un brinco se puso de pie. Apartando brutalmente a
los jugadores que lo rodeaban mirándolo con envidiosa admiración,
salió desalado, se precipitó por las escaleras, y corrió
hacia el banco de piedra. De lejos, a la luz de un pico de gas, descubrió
la criatura.
-¡Alabado sea Dios! -exclamó. -Todavía
está.
Se acercó a ella y le tomó la mano.
-¡Oh, qué frío tiene! ¡Pobre
chicuela!
La tomó por debajo de los brazos y la levantó
para llevársela. La cabeza de la niña volvió a caer hacia
atrás, sin que se despertara.
-¡Cómo se duerme a esta edad!