La estrechó contra su pecho para calentarla, y asaltado 
por vaga inquietud, trató, para arrancarla de aquel pesado sueño, 
de besarla en los ojos, como hiciera antes con sus prendas más 
queridas.
Pero vio con terror que los párpados de la niña 
estaban entreabiertos, y dejaban ver a medias las pupilas, vidriosas, apagadas, 
inmóviles.
Con el cerebro atravesado por tina horrible sospecha, Luciano 
puso la boca junto a la de la criatura... no salía de ella hálito 
alguno.
Mientras, con el luis de oro que había robado a aquella 
mendiga, Luciano ganaba al juego una fortuna, la niña sin asilo 
había muerto, muerto de frío!
Con la garganta apretada por la angustia más espantosa, 
Luciano quiso lanzar un grito... Y con el esfuerzo que hizo despertó en 
el banco del club, en que se había dormido poco antes de las doce, y 
donde el mozo del garito, yéndose el último, a eso de las cinco de 
la mañana, lo había dejado tranquilo, por bondad hacia el 
desplumado...
Una brumosa aurora de Diciembre hacía palidecer los 
vidrios de las ventanas. Luciano salió, empeñó su reloj, 
tomó un baño, almorzó y se fue a la oficina de 
reclutamiento a firmar un enganche voluntario en el primer regimiento de 
cazadores de África.