-Usted es mi providencia -repuso Bruniquel besándole la mano.-
Hágame el favor de hablar con su sobrina. Yo no soy un pescador de dotes. La
quiero por ella misma, no por su fortuna. Si ella me desdeña...
-No lo desdeñará, niño grande. Bueno, yo tantearé hábilmente
ese joven corazón; pero antes necesito interrogarle a usted. Antes de
pronunciarme definitivamente en favor suyo, exijo una confesión completa. Piense
en la responsabilidad que me incumbe. ¡Se sabe lo que usted ha hecho, señor
Tenorio! Yo soy de su partido, porque usted me gusta.
Bajó castamente los ojos y bastante cómicamente agregó:
-¡A mi edad y cuando no se ha amado!... Si yo lo hubiera
conocido a usted cuando joven, habría estado en peligro. Yo me conozco; vamos,
que usted es mi ideal. Todas las mujeres deben haber estado locas por usted. De
modo que deseo que no me oculte nada. ¿Se ha portado usted bien desde que llegó
a Montauban? ¿Sí? ¡Hum! No me parece. Pero, en fin, lo creo: me repugnaría
pensar que un caballero pudiera mentir. ¿Y el pasado? Yo se lo quiero decir:
alguna pasioncilla que resucitará después del casamiento. Es lo que temo más que
todo.
-Hace usted mal en creerlo, mi querida señorita. Verdad que no
he vivido del todo bien y que usted tiene derecho de desconfiar. Observe, sin
embargo, que el pasado debería ser para usted una garantía del porvenir. Cuando
se han tenido muchos amoríos fáciles, no se tiene sino un sueño: ser un buen
marido, muy fiel y muy burgués. ¿Usted ve en mí un Tenorio? ¡Qué error! Todas
las mujeres que he conocido no llegan a formar una sola Elvira; sí, Dios mío,
todas, empezando por Rita, bailarina de la Opera, para seguir con la señora
X..., gran señora de balneario y concluir con Coralía, mi gran pasión.
-¿Quién es esa señora o señorita Coralía?
-Una cocota... y la quise con locura. ¡Dése usted cuenta de mi
ingenuidad! Me comió un poco de mi corazón y mucho de mi dinero. Cuando la dejé,
estaba arruinado: la herencia de mi tío me vino a tiempo. Después de un largo
viaje, me he retirado en Montauban, y acaricio la esperanza de una dicha serena
y tranquila.