-¡Tú estás loco! ¡Acaso sabes de dónde sale ese muchacho? No lo
sabes. Y le das tu hija así no más. Ya verás lo que te va a costar todo esto.
Ofreces tu casa al primero que se te presenta. Tú te has resistido a todo. Ya te
he hecho observar que el capitán Daniel vivía solo, y que nadie conocía a su
familia. Tú no me has hecho caso, y lo has recibido sin conocerlo.
-¡Sin conocerlo! -replicó Godefroy, impacientado.- Ante todo,
yo ya lo conocía. Y después, ¿no soy yo el padre de Edith? ¿Sí? Bueno, entonces
que me dejen tranquilo.
Pero Cesarina no dejaba nunca tranquilos a los que no
eran de su parecer.
-Daniel. ¡Se llama Daniel! ¿A ti te parece un nombre, ése?
Juraría que ese muchacho es de una familia de campesinos, enriquecida por la
venta de ganados. ¡Lindo casamiento para mi sobrina! Si no presenta a su tía, a
esa señora Dubois, es porque es demasiado poco distinguida, demasiado vulgar
para tratarse con nosotros. Después verás; pero, cuando veas, será ya demasiado
tarde, y se verá que yo tengo razón.
Como todas las personas de carácter débil, Godefroy marraba el
blanco por exceso de puntería, cuando había tomado una resolución. Contestó un
poco enojado:
-Puedes indignarte, maldecirme, y hasta desheredarme: se me
importa un bledo. Daniel... así, Daniel, nada más, ¿comprendes?... Daniel me
gusta; es un buen muchacho, estimado por sus jefes, querido por sus amigos. Si
Edith lo quiere, no hay más que hablar. Ya sé que no desciende de los cuernos de
la luna. En eso estoy contigo. Una golondrina no hace verano. La tía esa que nos
va a traer ha de ser, realmente, una verdadera campesina, con seguridad
enriquecida en la venta de ganados, como tú dices. Pero, ¿acaso nosotros somos
unos Montmorency? Además, tú ya conoces mis ideas. Te he repetido mil veces que
yo soy un hombre independiente, que estoy por encima de los prejuicios. Adoptaré
al capitán como yerno si, como lo espero, Edith lo acepta. El valor del hombre
se mide por su inteligencia.
-Cuando el hombre vale un millón -murmuró la solterona.