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Todavía meditaba sobre estas cosas, cuando algunos pechi-rojos -aquel alegre cantor de la solitaria pampa- se posaron sobre el techo de totora de su rancho, entonando su jovial y atolondrada música invernal, y avisándole que estaba amaneciendo. Y todo aquel día, bien fuese a caballo o a pie, sus pensamientos estaban con su Torcuata; y cuando se acercó la noche, su corazón estaba enfermo de la ansia e incertidumbre, y subiendo por la escalera apoyada en el alero del rancho, se paró en el techo, mirando hacia el, Oeste, a la azulina lontananza. El sol, grande y de color encarnado se hundió en el enorme mar verde de grama, y de todas partes de la pampa se elevaban las dulces notas silbadas del tinamú, reclamándose los unos a los'otros.

"¡Ay, si sólo yo pudiera penetrar la bruma, con -murmuró-, que pudiera ver a unos cien la vista leguas de distancia y mirar en este momento a tu querida cara, oh, Torcuata!"

Y en efecto, Torcuata estaba en ese momento a cien leguas de distancia; y si la maravillosa vista que deseaba de la Rosa le hubiese sido concedida, esto es lo que hubiera visto: Una llanura, vasta y estéril, escasamente poblada de amarillos penachos de grama y espinosos arbustos, y en su extremo meridional, obstruyendo por ese lado la vista, una cadena de bajos cerros, en forma de dunas. Sobre esa llanura, hacia la cadena, muévese un grupo de hacienda -quince o veinte mil cabezas-, siguiéndolos una esparcida horda de salvajes, armados de largas lanzas. En el centro, formando un pequeño y compacto cuerpo, cabalgan los cautivos, mujeres y niños. En el momento preciso en que el orbe encarnado toca el horizonte, atraviesan la cadena y, ¡eh allí!, un dilatado y hermoso valle, con manadas y rebaños pastando, y algunos árboles aquí y allá, y el azulino reflejo de agua de una serie de lagunas. Allí, en plena vista, está la toldería de los indios, con el humo elevándose tranquilamente de ella. A la vista de la querencia, los salvajes prorrumpen en fuertes y triunfales gritos de placer, a los que responden, mientras van acercándose, estridentes alaridos de bienvenida lanzados por sus moradores, consistiendo en su mayor parte en mujeres, niños y viejos.

Es pasada la medianoche; ya se ha puesto la luna nueva; las últimas llamaradas de los fogones van apagándose; los -gritos y el agitado vocerío han terminado, y los fatigados guerreros, después de haberse hartado comiendo la dulce carne de yegua, se han quedado dormidos en sus toldos, o tendidos en el suelo, afuera de ellos. Sólo los perros están todavía excitados y mantienen un incesante ladrido. Aun las cautivas, todas amontonadas en un mismo toldo, en el centro del campamento,cansadas, después de su largo y rudo viaje, por último, sollozando, se han quedado dormidas.

Finalmente, una de los atribuladas mujeres, despierta, o media despierta, soñando que alguien la ha llamado por su nombre. Pero, ¿cómo? ¡No puede ser! No obstante, su propio nombre parécele zumbar en sus oídos, y, por fin, enteramente despierta, se pone a escuchar intensamente. Otra vez oye: ¡Torcuata!, en una voz finísima, como el sonido que produce la trompetilla de un mosquito, pera tan aguda y clara que le hormiguea los oídos.

Se endereza, y de nuevo se pone a escuchar, y una vez más oye "¡Torcuata!. "¿Quién habla?" pregunta ella pavorosamente, en voz baja. la voz, siempre fina y pequeña, responde: "Salí de entre las mujeres y andá hasta que toqués el toldo."

Temblando de susto obedece, y se desliza por entre las mujeres y los niños, que duermen, hasta que topa el lado del toldo. ¡Entonces la voz cuchichea otra vez: "Seguí alrededor del toldo, hasta que veas una rayita de luz por una hendija al otro lado." De nuevo hace lo que se le ordena, y cuando llega donde está la rayita por donde pasala tenue luz, la bendija se abre de repente y penetra un brazo, que circunda su cintura: y al instante es sacada afuera y ve las estrellas en lo, y a sus pies, negruzcas formas de hombres, que duermen, envueltos en sus ponchos; pero nadie despierta, no se da ninguna alarma, y en muy pocos minutos está montada a caballo, a horcajadas, y en pelo, volando por la obscura llanura, con el nebuloso bulto de su misterioso libertador a unos pasos adelante, arriando como veinte o más caballos. El Niño Diablo sólo ha pronunciado unas cuatro palabras desde que libertó a Torcuata, pero ellas han bastado para hacerle saber que la está llevando a Langueyú.

 

GLOSARIO

Al ñudo: en balde.

¡Ay juna!: interjección gauchesca

Bagual: caballo salvaje o mañero.

Carancho: ave de rapiña sudamericana.

Caracú: tuétano, médula de los huesos.

Cimarrón: animal salvaje, montaraz.

Estancia: establecimiento de ganadería.

Facón: puñal de gaucho.

Flete: caballo brioso, corredor.

Lata: sable.

Mate: la vasija de calabaza en la que se prepara la infusión de hierba del Paraguay, bebida clásica del gaucho; también se llama mate la bebida misma.

Mangangá: nombre guaraní de la abeja cimarrón, de gran tamaño.

Matrero: ladrón de caballos o ganado.

Matriar: robar caballos.

Ñandú: nombre guaraní del avestruz americano.

Ombú: árbol muy grande de la familia de las filotáceas, muy característico de la Pampa.

Pago: distrito o vecindario rural.

Pajuerano: forastero.

Parejero: caballo de carrera de la Pampa.

Pava: tetera que se emplea para el mate.

Peludo: armadillo cubierto de pelo.

Pericón: baile popular rioplatense.

Petizo o Petiso: caballo de corta alzada.

Pilcha: cada una de las piezas del recado; también se aplica aprendas personales.

Porra: porción de pelo enmarañado.

Pulpería: tienda donde se venden por menor bebidas alcohólicas, y también comestibles.

Rancho: choza con techo de paja o totora.

Rejucilo: refucilo, relámpago.

Retrucar: replicar, contradecir.

Tranquera: puerta en un cerco hecho de trancas.

Truje: traje, tercera persona singular de traer.

Tosca: nombre que dan en la Argentina y en el Uruguay a una roca blanca de textura terrosa que se encuentra en casi toda la ribera del Plata.

 

 

 
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de Guillermo Enrique Hudson

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