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-¡Ay, juna! ¿Qué jué lo que dijiste, Gregorio? -prosiguió Policarpo, dándose fuertes palmadas en el muslo y requintándose el chambergo.

-¡Mucha prudencial -murmuró Gregorio-. No digás nada que ofenda al Niño; jamás perdona a un enemigo... que tenga tropilla.

-¡No me hablés de prudencia a mí! -vociferó el otro- ¡Me tocás en lo vivo y entoavía me aconsejás prudencial! ¡Pucha! ¿No habré yo, a quien la gente llama Policarpo del Sur, luchao con los pumas en el desierto, y querés vos decirme que tengo que quedarme callao ante un mocoso... un mocoso'el diablo? Decime lo que querás, primo, y soy mansito... mansito como un niño?e teta; pero no tratés de mis fletes, porque entonces soy un torbellino, un incendio, un río que se desborda; ¡toda juria y crueldá, como un malón de indios! ¡No hay quien se me ponga por delante! ¡Ni costillas de acero protegen entonces! ¡Mirá este facón! ¿Sabés por qué está la hoja manchá'e sangre? ¡Escuchá! ¡Porque ha sido enterrao en el corazón de un ladrón Y con eso desenvainó su largo facón y lo blandió furiosamente tirando tajos y reveses a un adversario imaginario, suspendido en el aire, sobre el fogón.

Las bonitas muchachas, pálidas del susto, enmudecieron, temblando, como las hojas del álamo; la abuela se alzó de su banco, y agarrando su chal, salió precipitadamente del aposento, haciendo pinitos, como los niños, a la vez que Ascensión dejaba escapar un resoplido de desprecio. Pero el Niño continuó platicando y sonriendo, mientras tenues nubecillas de humo escapaban de sus labios. No prestó la menor atención a la tormenta que se armaba delante de él, hasta que el hombre de guerra, viéndolo tan sereno, envainó su cuchillo, y mirando en torno suyo y bajando la voz a su diapasón habitual, informó a sus oyentes que su nombre era Policarpo, conocido y temido por todo bicho viviente, especialmente en el Sur; que estaba dispuesto a vivir en paz y amistad con toda la raza humana, y que, por consiguiente, lo consideraba desrazonable que algunos hombres lo siguieran por el mundo, pidiéndole que los matara.

-Tal vez -concluyó con cierta ironía piensen que yo gano algo con matarlos. Eh' un error, mis güenos amigos; ¡no gano nadal No soy carancho yo, y sus cadáveres no me sirven pa nada.

En terminando Policarpo de decir esto, el Niño, de repente, hizo ademán de imponer silencio, y volviendo el rostro hacia la puerta, con las narices dilatadas, sus ojos parecieron engrandecer y ponerse luminosos, como los de un gato.

-¿Qué oís, Niño? -Preguntó Gregorio.

-Oigo el chillido'e los teros -repuso.

-Tal vez le estén chillando a un zorro no más, -dijo el otro- Pero andá a la puerta, Niño, y escuchá.

-No hay necesidá -replicó el Niño, dejando caer la mano y desapareciendo aquella repentina agitación que había iluminado su rostro-. Es sólo un paisano a caballo que viene en esta direccióna todo galope.

Policarpo se puso de pie y fue a la puerta, diciendo que cuando uno se encontraba entre ladrones, era preciso cuidar bien su hacienda. Entonces volvió y tornó a sentarse.

-Tal vez -reparó, con una mirada de soslayo al Niño- sería mejor aguaitar al ladrón. Eh' una mentira, Gregorio, eso'e los teros; los teros no están gritando, ni tampoco hay naides a caballo que venga al galope. La noche está serena, y la tierra calladita como el sepulcro.

-¡Sé prudentel -volvió a cuchichear Gregorio-. ¡Ay, primo! Siempre traveseando, como un gatito; ¿cuándo irás a ser hombre maduro y serio?¿Qué, no podés ver una culebra durmiendo sin golverte a un lao para moverla con la pata pelada?

Por raro que parezca, Policarpo guardó silencio. Una larga experiencia de peleas le había enseñado que estos hombres insensibles eran, con bastante frecuencia, como culebras venenosas, rápidas y mortíferas cuando se les despertaba. Se puso a observarlo disimuladamente.

Todos escuchaban ahora con atención. Entonces dijo Gregorio:

-Contanos, Niño: ¿qué vocecitas, finas como el zumbido de un mosquito, oís vos venir de ese gran silencio? ¿Es que la comadreja en su cueva ha puesto a dormir a suh'ijitos, mientras ella va enbusca'e un nido'e calandria? ¿Se han encontrao el zorro y el peludo, pa desafiarse a nuevas pruebas de juerza y de astucia? ¿Qué está diciendo en este momento el lechuzón a su china, mientras alaba a sus grandeh'ojós verdosos?

El mozo sonrió levemente; pero no contestó, y durante unos cinco minutos todos escucharon, hasta que se oyeron acercarse cascos de caballos. Los perros se pusieron a ladrar, los caballos a dar resoplidos, y Gregorio se alzó de su asiento y salió a recibir al roncador nocturno. Luego se apareció éste, azotando con su rebenque a los enfurecidos mastines que ladraban en rededor; era un hombre de rostro pálido y cabellos desordenados, y espoleaba furiosamente a su caballo, como un loco, o como quien huye de una pandilla de bandidos.

-¡Ave Maríal -vociferé, y cuando oyó el "Sin pecado concebida", el desconocido, con cara desencajada, se acercó, e inclinándose del caballo dijo:

-Digamé, amigo: ¿ está con ustedeh' uno a quien llaman el Niño Diablo? Porque me han dicho que en este rancho lo hallaría.

 
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de Guillermo Enrique Hudson

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