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Y habiendo terminado tan de rondón, apoyó sus codos en las rodillas y se ocupó en el cigarrillo que con sus dedos entumecidos, y entorpecidos por la caña, se esforzaba por liar hacia ya más de cinco minutos.

Ella dio un nervioso tirón al pañuelo colorado que llevaba en la cabeza y desembarazó. la garganta de alguna flema, produciendo a la vez un agudo y corto sonido como el chillido de una golondrina, cuando...

-¡Madre de Díos, que me habeh' asustao! -gritó una de las mellizas sobresaltada.

La causa de esta inesperada exclamación fue la presencia de un joven sentado tranquilamente en el banco al lado de la muchacha. Un minuto antes no había estado allí, y nadie lo había visto entrar en la habitación... ¡No era, pues, de admirar que la muchacha se hubiera sobresaltado! El mozo era enjuto de cuerpo y tenía las manos y los pies pequeños; su cara ovalada, de color de aceituna, era suave como la de una joven, salvo el incipiente bigote que combreaba el labio superior. En vez de sombrero sólo llevaba una vincha de color de grana en torno de la cabeza, para mantener atrás el negro polo lustroso que le colgaba hasta los hombros; estaba envuelto en un poncho indio, blanco, de lava, y cubrían sus piernas un par de botas de potro, también blancas, con las lacres borlas de sus ligas bordadas colgando hasta cerca del tobillo.

-"El Niño Diablo" -gritaron todos a la vez y su apariencia produjo entre los niños el más vivo placer. Pero el viejo Gregorio, fingiendo estar enojado, exclamó:

-¿Por qué te dejás cair siempre de esta manera tan a escondidas, Niño, como la lluvia que pasa por un techo que ale llueve? Guardá esas cosas pa tus visitah' al país de los infieles; aquí semos todos cristianos y alabamoh' a Dios cuando llegamoh' a la tranquera del rancho'e un vecino. Güeno, Niño ¿qué noticias tenés de los indios?

-Yo no sé nada y menos me importa -repuso la visita riendo levemente.

De pronto, todos los niños lo rodearon, pues consideraban que el Niño les pertenecía a ellos y no a los mayores con sus solemnes pláticas de la guerra con los indios y de caballos perdidos. "Y aura, aura -se decían-, terminará aquel maravilloso, cuento, tan largo en contar, de esa niñita perdida. en el desierto, solita su alma y rodeada de todos los; animales salvajes que se habían reunido para discutir lo que harían con ella." Era un espléndido. cuento; hasta la madre escuchaba, aunque pretendía, todo el tiempo, estar sólo pensando en freír sus empanadas; y el narador, como los grandes ysus emp viejos historiadores de otros tiempos, ponía sus más elocuentes dichos, tomados todos de su cabeza, en boca -y en picos- de los diversos protagonistas: pumas, avestruces, venados, carpinchos y otros cuantos.

En medio del cuento, se anunció la cena, y todos se acercaron de buena gana alrededor de una fuente de aquellas empanadas hechas por Magdalena, rellenas de carne picada, huevo duro cortado en pedacitos, pasas de Corinto, todo bien aliñado. Después de las empanadas se sirvió el asado; y, por último, grandes platos de caldo de carnero oliendo a hierbas aromáticas y cominos. Saciado el apetito, cada uno, repitió una oración; los mayores murmurándolas con cabeza inclinada y los niños de rodillas, levantando sus vocecitas agudas. Entonces, en conclusión, siguió la medio religiosa ceremonia diaria, en que cada niño, por turno, pide la bendición al padre, a la madre, a la abuela, al tío, a la tía, y, en este caso, ni omitiendo al Niño Diablo de malsonante nombre.

Los hombres sacaron sus tabaqueras y empezaron a liarse cigarrillos, mientras los niños volviéronce a acercar al narrador, sus rostros resplandecientes de anticipado placer.

-¡No, nol -exclamó la madre- No más cuentos esta noche... ¡a la cama, a la cama!

-¡Ay, mama, mama! -exclamó, Rosita luchando por desprenderse de su brazos, pues la buena mujer se había lanzado entre ellos para hacerse obedecer-. ¡Ay, déjeme quedarme hasta que acabe el cuento, mamita! ¡Si supiera usté las cosas que ha estao diciendo el gato pampeanol ¡Ay, qué irán a hacer con la pobre niñita!

-¡Y ay, mamita mía! -sollozó soñolientamente su hermanita-. Y el peludo que no..., que no dijo nada porque no tenía nada que decir, y la perdiz que silbaba y dijo... -y aquí prorrumpieron en un prolongado sollozo. Los hombrecitos también'añadieron sus voces al coro general, hasta que la gritería se hizo inaguantable, y Gregorio se puso de pie y pidió su rebenque; fue sólo entonces que cedieron, y siempre sollozando y dirigiendo muchas ávidas miradas hacia atrás, fueron llevados de la cocina.

Durante esta escena, el Niño se había estado se. creteando con la bonita Madgalenel de su preferencia, sin preocuparle en lo más mínimo el alboroto, del cual era indirectamente la causa; sordo era también a los punzantes comentarios que lanzaba Ascensión respecto a gentes que, no teniendo. hogar propio, eran aficionados a hacerse los convidados en casa ajena, y que pagaban dicha hospitalidad robándose el amor de las hijas sonsas, y enseñando a los hijos a sublevarse contra la autoridad paternal.

Pero el bullicio y la conífusión había servido para despertar a Policarpo de su modorra; pues, como una boa, se había hartado después de su largo ayuno, y la cena le había adormecido. Volviéndose a su primo, le cuchicheó gravemente:

-¿Quién es este joven, Gregorio?

-¿En qué rincón del mundo te habés vos escondido que preguntás quién eh'el Niño Diablo? -replicó el otro.

-¿Es que debo conocer entprices la historia?e toitos los perros y gatos en la vecindá?

-El Niño no es ni perro ni gato, primo, sino un hombre entre hombres, como un falcón entre lah? aves. A la edá'e seis años loh' indios mataron a toitos sus parientes y se lo llevaron cautivo. Despues de cinco años de cautiverio, se juyó d'ellos, y, guiao por el sol y lah? estrellas, enderiesó pa?l país de los cristianos, trayéndose muchos lindos fletes, que les robó; tamién trajo el nombre'e Niño Diablo qu'ellos le dieron. No le conocemos nengún otro.

-Stá güeno el cuento; me gusta..., me gusta mucho -dijo Policarpo-. Y ¿qué más, Gregorio?

-Más de lo que te puedo contar. Cuando él se arrima a este rancho, los perros no torean...

¡quién sabe por quél sus pisadas son más calladitas que las de un gato; pa él el caballo cimarrón se güelve manso. Siempre está metido ande hay más peligro, y, sin embargo, no le pasa nada, ni siquiera un rasguño. ¿Por qué? Porque se agacha como el falcón, da su golpe y güela, ¡sólo Dios sabe ánde!

-¡Qué cosas tan raras son estas que me estás contando, Gregoriol ¡Eh' estraordinario!; y ¿qué otra cosa?

-Con fricuencia enderiesa pa'l país de loh' indios y vive con toa libertá entre ellos, disfrasao. Le hablan a él del Niño Diablo, diciéndole que apenas pillen al ladrón lo cueriarán vivo. Leh' escucha sus cuentos, entonces los deja, llevándose sus mejores ponchos y enchapados, y la flor de sus fletes.

-¡Valiente el muchachol ¡Ansí me gustan, Gregorio! ¡Qué el cielo lo defienda y Dios prospere toitas sus despidiciones al territorio'e loh? indios! Antes que me vaya esta noche le daré un abrazo y le ofertaré mi amistá, que valé algo. ¡Decime algo más, Gregorio!

-Te digo estas cosas pa qu' estéh' alerta; mucho, cuidado con tus caballos, primo.

-¡Pucha! -gritóel otro, alzándose de su postura en cuclillas. y mirando a su pariente con asombro, a la vez que se le encendían los ojos en cólera.

La conversación se había sostenido en voz' baja, y la fuerte y repentina interjección de Policarpo sobresaltó a todos..., a todos menos al Niño, quien continuó fumando y platicando alegremente con las mellizas.

 
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de Guillermo Enrique Hudson

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