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-Y, claro, que se quedó dormida -terció Ascensión.

-¡Ay! Dejemé a mí contarlo, tía -exclamó la otra-. Pues se quedó dormida y al tiro el corderito guacho de Rosita y se comió toita la hojah'e tabaco que tenía en la falda.

-¡No es ciertol! -gritó Rosita, levantando la mirada de su juego-. Yo mesma le abrí la boquita y miré p?adentro y no había nenguna hoja'e tabaco.

-¡Ay! ¡Ese corderito, ese corderito! -dijo Gregorio socarronamente-. No hay que estrañarse que noh'estemos poniendo canosoh' antes de tiempo, ¡todos menos Rosita! Recordame mañana, mujer, de llevarlo p?ande están lih' otrah' ovejas,aso ha engordado con toita esa hoja'e tabaco, delantares y zapatos viejos que ha comido...

-¡Ay, no, no, no! -gritó Rosita poniéndose de pie y dejando las piezas del juego en confusión en el momento preciso en que, su hermanito había formado una hilera y estaba en el acto de tomar triunfalmente una de sus piezas.

-¡Calla, m?hijita, no séas sonsa; él no va a lastimar a tu corderito! -dijo la madre pausando en su tarea y alzando los ojos, que lagrimeaban con el humo del fuego y del cigarrillo que tenía entre sus bienhumorados labios-. Y aura, si estos chicos han acabao?e hablar de sus asuntos tan importantes, decime, Gregorio, ¿qué noticias traés?

-Dicen -repuso, sentándose y tomando el mate de manos de su hija- que los indios invasores traen setecientas lanzas y que los que primero leh'icieron frente, jueron toitos muertos. Algunos dicen que se están retirando con la hacienda que han matriao; otros mantienen que están esperando pa peliar contra los nuestros.

-¡Oh, m'ijos, m'ijos; qué irá a ser d'ellos

-exclamó Magdalena, prorrumpiendo en lágrimas.

-¿Por qué llorás, mujer, antes que Dios te dé causa? -replicó su marido- ¿Qué, no han nacido nuestroh'ijos pa peliar contra el infiel? Nuestro h'hijos no son loh' únicos..., todos auh'amigos y vecinoh' están en la mesma.

-¡No me digá vos eso a mí, Gregorio, que yo no soy tonta ni ciegal ¡Todos suh' amigosl ¿No habré visto yo mesma al Niño Diablo? Pasó a todo galope por aquí, chiflando como una perdiz que no tiene cuidao. ¿Por qué han de ser enrolaos mis doh'ijos, mientras qu'él, un muchacho sin destino y sin madre que lo llore, se queda atrás?

-No digás pavadas, Magdalena -repuso Gregorio-. Quejate si querés, que el ñandú y la puma son más favorecidos que tuh'ijos, dende que naides loh' ace servir en el ejército; pero no mentéh al Niño, porque él es más cimarrón que toito lo cimarrón que ha criado el Padre Eterno, y no pelea ni de un lao ni' el otro.

-¡Cobardel ¡Sinvergüenzal -murmuró la encolerizada madre.

En oír esto una de las mellizas se puso como la grana, y repuso:

-¡No eh' un cobarde, mama!

-Y si no eh' un cobarde, ¿cómo es que se lo pasa sentao al lao?e el jogón entre las mujeres y los viejoh' en tiempos como éstos? ¡Me da pena oír a una hija mía defendiendo a un atorrante y matrero!

Los ojos de la muchacha brillaron airadamente, pero no dijo una palabra.

-¡Callate la boca, mujer, y no acuseh' a naides de matreriar! -dijo Gregorio-. Que cada cristiano cuide bien a auh` animales; y en cuanto a los fletes del infiel, eh' una virtú robarlos. Lo que dice la niña es la purita verdá; el Niño Diablo no eh? un cobarde, pero no pelea con nuestrah' armas. La tela'e araña es tosca y mal hecha comparada con la malicia qu?él usa para enriedar a su presa.

Entonces, fijando su mirada en el rostro de la muchacha que había hablado, añadió: "Por consiguiente, estate alerta a tiempo, m'ijita, y no caigáh' en el lazo del Niño Diablo." La muchacha tornó a ponerse como una grana y bajó la cabeza.

En ese momento se oyó por la puerta abierta el estampido de un caballo galopando; y también el tintineo de un cencerro y los gritos de un viajero que arriaba su tropilla por delante. Los perros se despertaron, casi volcando a los niños en su afán por salir, y Gregorio se puso de pie para averiguar quien era el que llegaba metiendo tanto alboroto.

-Yo sé, papito -grito uno de los niños. Eh' el tío Policarpo.

-Tenés razón, m'ijita -dijo el padre-. El primo Policarpo siempre llega'e noche.

Y con eso salió de la cocina a darle la bienvenida a su bullicioso pariente.

Luego el viajero, espoleando a su caballo, que espantado de la luz daba bufidos, llegó a dos pasos de la tranquera. En unos pocos minutos lo desensilló, maneó a la madrina y dejó a la tropilla que se alejara en busca de pastoreo; entonces los dos hombres entraron a la cocina.

Bajo, corpulento, de unos cincuenta años de edad, llevando un chambergo bien encasquetado en la parte de atrás de la cabeza, con ojos verdosos y truculentos, bajo cejas arqueadas y peludas, y una nariz contrahecha que descollaba sobre un cerdoso bigote, tal era el primo Policarpo. Estaba cubierto desde el cuello hasta los pies con un poncho de paño azul, y calzaba un enorme par de espuelas de plata que rechinaban sobre el suelo como las cadenas de un presidiario. Después de saludar a las mujeres y de echar su bendición de tío a los chicos, quienes lo habían solicitado como si fuera una merced inapreciable, se sentó y terció el poncho exponiendo al cinto un largo facón con mango de plata y un enorme trabuco.

-¡Alabao sea Dios, Madalenal -dijo-. Con empanadas y hierbah' aromáticas, tu cocina es máh' olorosa que un jardin de flores. Ansí es como me gusta, pues no he probao otra cosa que caña en todo este día tan frío. Y los chicos siempre peleando, me dice Gregorio. 'Sta güeno. Cuando las águilas hallan suh' alas, que ensayen suh uñas. ¿Cómo es esto, prima, que te veo do por los muchachos? ¿Entonces, querés que sean niñas?

-¡Sí, mil veces! -repuso ella, enjugándose las lágrimas con el delantal.

-¡Ay, Madalena!, las hijas no pueden ser siempre jóvenes y bonitas como ese par de perdices que tenía ay. Se ponen viejas, prima..., viejas y feas y malas, y máh' amargas y inútiles qu'el zapallo cimarrón. Pero yo no hablo de los que están aquí presentes, porque por nada diría yo algo que pudiese ofender a mi respetable prima Ascensión, que Dios guarde muchoh'años, aunque nunca se ha casao.

-Oíme, Policarpo -repuso la dama ofendida, a quien había aludido su primo de un modo tan picante-. No digás nada de mí, ni me hablés siquiera, y yo haré lo mesmo con vos, porque sabés que si yo quisiera hablar, podría decir miles de cosas de vos.

-¡Basta, basta, ya las habés dicho tarnién miles de veces! -interrumpió él-. Ya sé todo eso prima; no digamoh' otra palabra.

-Ni pido más -dijo ella, porque nunca jamás me ha gustao cambiar palabras con vos; y sabés vos, sin que haiga necesidá de ricordártelo, que si estoy soltera no es porque algunoh' ombres a quienes podría mentar si quisiera -no hombres muertos, sino vivos no se habrían casao con mucho gusto, conmigo, sino porque prefiero mi libertá y la hacienda que heredé de mi padre; y no veo gran ventaja en ser la mujer de uno que es camorrista, borracho y que gasta la plata de otra gente, y qué sé yo qué más.

-¡Ya empezó! -dijo Policarpo apelando al fuego-. ¡Ya sabía yo que había metido la pata en algún nido de hormigas coloradasl ¡Eso es lo que me pasa por descuidao! Pero endeveras, Ascensión jué afortunado pa vos en esos días tan lejanos que tus pretendientes no hicieron mella en tu corazón. Porque las mujeres, como la hacienda, que siempre debe ser marcada con la señá'e su dueño, tienen que apriender, primero que todo, a someterse a sus maridos; ¡y pensá no más, prima..., qué lágrimas!, ¡qué sufrimientos!

 
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El niño diablo de Guillermo Enrique Hudson   El niño diablo
de Guillermo Enrique Hudson

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