-Y encontrará su media corona en la bandeja del
tintero.
-Gracias, señor.
-Ah, de paso, señora de Parker -dijo el literato
rápidamente-, usted no tiró el cacao la última vez que
estuvo aquí, ¿verdad?
-No, señor.
-Muy extraño. Hubiera jurado que dejé una
cucharada de cacao en la lata-. Se interrumpió. Dijo con voz suave y
firme: -Me dirá siempre cuando tire algo... ¿verdad, señora
de Parker?
Y se fue muy satisfecho consigo mismo, convencido de que, en
realidad, había mostrado a la señora de Parker que, bajo su
apariencia de descuido, estaba tan alerta como una mujer.
La puerta se cerró de golpe. Tomó sus cepillos y
trapos y los llevó al dormitorio. Pero cuando empezó a tender la
cama, alisando, metiendo las sábanas debajo del colchón, dando
palmaditas, el recuerdo del pequeño Lennie se volvió
insoportable.
¿Por qué tenía que sufrir así? Eso
era lo que no podía entender. ¿Por qué tenía un
angelito como él que pedir aliento y luchar para respirar? No
tenía sentido hacer sufrir a un chico de esa manera .