...De la pequeña caja que era el pecho de Lennie
surgió un sonido como si algo estuviese hirviendo. Había una gran
masa de algo que burbujeaba en su pecho y de la que no pedía librarse.
Cuando tosía, el sudor brotaba en su frente; los ojos salían de
sus órbitas, las manos se sacudían, y la gran masa burbujeaba como
una papa golpeando en una cacerola. Pero lo que era más terrible que todo
aquello era que, cuando no tosía, permanecía sentado contra la
almohada y no hablaba ni contestaba, ni siquiera parecía oír.
Sólo parecía ofendido.
-No es la culpa de tu pobre abuela, mi precioso -decía
la vieja mamá Parker, separando suavemente el pelo húmedo de sus
orejas escarlata. Pero Lennie movía la cabeza y se apartaba.
Parecía terriblemente ofendido con ella... y solemne. Inclinaba la cabeza
y la miraba de costado como si no pudiese creer semejante cosa de su abuela.
Pero al final... mamá Parker tiró la colcha sobre
la cama. No, simplemente no podía pensar en eso. Era demasiado...
demasiado había tenido que soportar toda su vida. Había cargado
con el peso hasta ahora, había guardado todo dentro de sí, y nunca
nadie la había visto llorar. Nunca ningún ser viviente. Ni
siquiera sus propios hijos habían visto a mamá desesperarse.
Siempre había conservado una cara digna. ¡Pero ahora! Al irse
Lennie... ¿qué le quedaba? No tenía nada. El era todo lo
que la vida le había dado, y ahora eso también se lo quitaba.
¿Por qué tenía que sucederme todo esto a mí? se
preguntaba. "¿Qué he hecho?" decía la vieja
mamá Parker. "¿Qué he hecho?" Al decir estas
palabras, dejó caer de pronto el cepillo. Se encontró en la
cocina. Su desazón era tan terrible que se puso nuevamente el sombrero
con los pinches, tomó la chaqueta y salió del departamento como en
sueños. No sabía lo que hacía. Estaba como una persona tan
aturdida por el horror de lo que le había ocurrido, que se alejaba...
hacia cualquier parte, como si yéndose pudiera escapar...