Hacía frío en la calle. El viento parecía
de hielo.
La gente se deslizaba a su lado, rápidamente; los
hombres caminaban como tijeras, las mujeres correteaban como gatos. Y nadie
sabía... nadie se preocupaba. Aún si se derrumbase, si por fin,
después de todos estos años, se pusiera a llorar, se
encontraría prisionera lo que quisiera o no.
Pero al pensar en llorar sucedió como si el
pequeño Lennie saltase en los brazos de su abuela.
Ah, eso es lo que quiere hacer, mi palomita. Abuela quiere
llorar. Si por lo menos pudiese llorar ahora, llorar mucho tiempo, por todo,
empezando por su primer trabajo y la cruel cocinera, siguiendo con la casa del
médico, y luego los siete pequeños, la muerte de su marido, los
hijos que la abandonaron, y los años de miseria que, conducían a
Lennie. Pero llorar como es debido por todas esas casas le llevaría mucho
tiempo. De todas maneras, el momento había llegado. Tenía que
hacerlo. No podía postergarlo más; no podía esperar
más...
¿A dónde podía ir?
"Ha tenido una vida dura, esa mamá Parker".
Si, ¡una vida dura, durísima! Su mentón empezó a
temblar. No había tiempo que perder. Pero ¿adónde?
¿Adónde?
No podía ir a casa; Ethel estaba allí.
Asustaría a Ethel terriblemente. No podía ir a sentarse en un
banco, en cualquier parte; la gente empezaría a hacerle preguntas. No
podía de ningún modo volver al departamento del caballero; no
tenía derecho a llorar en casa de extraños. Si se sentaba en un
umbral, un policía le diría algo.