-Se sobrepondrá, supongo -dijo en voz alta,
sirviéndose mermelada.
Mamá Parker se quitó los dos negros pinches de la
toca y la colgó detrás de la puerta. Se desprendió la
raída chaqueta y la colgó también.
Luego se ató el delantal y se sentó para quitarse
las botas. Sacarse o ponerse las botas era para ella una agonía, pero lo
había sido durante años. En realidad, estaba tan acostumbrada a
ese dolor que su cara hacía una mueca, preparándose para la
punzada aún antes de haberse siquiera soltado las cintas. Una vez
terminado con esto, se reclinó hacia atrás con un suspiro y
suavemente se frotó las rodillas.
-¡Abuela! ¡Abuela! -Su nietito estaba de pie sobre
su falda con sus zapatitos. abotinados. Acababa de llegar de jugar en la
calle.
-Mira cómo has puesto la falda de tu abuela-
¡chico malo!
Pero él le puso sus brazos alrededor del cuello y
frotó su mejilla contra la de ella.
-¡Abuela, dame un penique! -dijo mimoso.
-Vamos, vete; la abuela no tiene peniques.