-¡Panadero, señora de Parker! -solía decir
el literato. Porque de vez en cuando dejaba a un lado sus libros y prestaba un
oído, por lo menos, a ese producto llamado Vida-. ¡Debe ser muy
agradable estar casada con un panadero!
La señora de Parker no parecía tan segura.
-Un trabajo tan limpio -decía el caballero.
La señora de Parker no parecía convencida.
-¿Y no le gustaba alcanzar a los clientes los panes
recién horneados?
-Bueno, señor -decía la señora de Parker-,
no estuve mucho tiempo en el negocio. Tuvimos trece chicos y enterré a
siete. ¡Se podría decir que si no era un hospital era una
enfermería!
-¡Ya lo creo que se podría decir, señora de
Parker! -dijo el caballero, estremeciéndose y volviendo a tomar la
pluma.
Sí, siete habían muerto, y mientras los seis eran
todavía pequeños, su marido se enfermó de tuberculosis. Era
por la harina en los pulmones, le había dicho entonces el
médico... Su marido estaba sentado en la cama con la camisa levantada por
encima de la cabeza y el dedo del médico trazó un círculo
en su espalda.