A los dieciséis había dejado Stratford y
había venido a Londres como ayudante de cocina. Sí, había
nacido en Stratford-on-Avon. ¿Shakespeare, señor? No, la gente le
preguntaba siempre por él. Pero no había oído nunca su
nombre hasta que lo vio en los teatros.
Nada quedaba de Stratford excepto aquel "sentarse junto al
fuego al atardecer cuando podían verse las estrellas a través de
la chimenea", y "Mamá siempre tenía su trozo de tocino
colgando del techo". Y había algo... un arbusto, eso... a la
entrada, que siempre olía tan bien. Pero el arbusto era muy vago.
Sólo lo había recordado una o dos veces en el hospital, cuando
había estado enferma.
Había sido un lugar horrible... el de su primer trabajo.
Nunca se le permitía salir. Nunca podía subir las escaleras si no
era para rezar por la mañana y por la tarde. Era un sótano
corriente. Y la cocinera era una mujer cruel. Le arrancaba las cartas que
llegaban de su casa antes de que las leyera, y las echaba en la estufa porque la
ponían soñadora... ¡Y las cucarachas! No lo van a creer...
¡hasta que llegó a Londres nunca había visto una cucaracha
negra. Entonces mamá Parker soltaba una risita, como si... ¡no
haber visto una cucaracha negra! ¡Bueno! Era como decir que uno no ha
visto nunca sus propios pies.
Cuando esa familia quedó arruinada, entró como
"ayudante" en la casa de un médico, y después de dos
años, siempre a las corridas de la mañana a la noche, se
casó con su marido. Era panadero.