-Sí que tienes.
-No, no tengo..
-Sí que tienes. ¡Dame uno!
Ya estaba buscando el viejo y aplastado monedero de cuero
negro.
-Bueno, ¿qué vas a darle a tu abuela?
El se rió bajito y tímidamente y la apretó
más fuerte. Ella sintió cómo le temblaban las
pestañas contra sus mejillas.
-No tengo nada -murmuró...
De golpe la anciana se levantó, tomó la pava de
hierro que estaba sobre la cocina de gas y la llevó a la pileta. El ruido
del agua tamboreando en la pava parecía sofocar su pena. También
llenó el balde y la palangana para lavarse.
Haría falta un libro entero para describir el estado de
esa cocina.
Durante la semana el literato "se las arreglaba"
solo. Es decir, vaciaba las hojas de té de vez en cuando en un frasco de
dulce puesto allí con ese objeto, y si se le acababan los tenedores sin
usar, limpiaba uno o dos con la toalla que colgaba del rodillo.