Llegada la hora del tiffin (merienda), todos comparten
lo que tienen. Esta costumbre encantadora es peligrosa para el occidental, quien
se ve obligado a inventar mentiras para no beber de la botella común ni comer lo
que puede enfermarlo. (Entre los venenos a evitar figura el pimiento, que
contiene un alcaloide que mata las terminaciones nerviosas de la boca y hace
estragos en el intestino.)
El pueblo indio debe de ser el más religioso del mundo. El
Olimpo hindú está habitado por treinta mil dioses. Por doquier hay templos de
todos los tamaños y religiones: hindúes, musulmanes, sikhs, cristianos, etc.
(Además, los budistas y los jainas, que no son propiamente religiosos, tienen
sus templos, hoy día casi todos vacíos.)
Uno de los principales templos es el de Mi-nakshi, en Madurai.
Ocupa 6 hectáreas y consta de 16 altas torres. Uno de sus recintos tiene 985
columnas, aun más que la mezquita de Córdoba. La escalinata en torno a su vasto
estanque sirvió de sede a la Academia Tamil del siglo XVI. El estanque mismo
hacía de crítico literario tan original como inapelable. En efecto, las obras
presentadas a concurso eran tiradas al estanque. Sólo las buenas flotaban.
Muchos templos, entre ellos los de Orissa, Konarak y Halebit,
se distinguen por sus exquisitos bajorrelieves realistas. Casi todos ellos
celebran el amor, la danza y la música. Hay algunas escenas de batalla, pero
nadie muere en ellas. Ni siquiera los templos dedicados a Shiva, el dios de la
destrucción, son sombríos. Pero la verdad es que el esplendor y la alegría de
los bajorrelieves contrastan con la miseria circundante. El sistema de castas,
aunque ilegal, subsiste, y las diferencias de ingresos son escandalosas.