El Galeoto social no yerra tan a menudo como algunos creen. Lo
que sucede es que se anticipa a la verdad. Es como las mujeres, que conocen el
amor que han inspirado media hora antes de que el hombre se dé cuenta de
que existe. Un buque sale del puerto lleno de mercancías y pasajeros: el
cielo está muy azul, sin un solo punto negro. Pasan los días y las
semanas, sin que llegue a los oídos de nadie la noticia de un temporal o
de una borrasca. Y sin embargo, cierto día, sin que se sepa cómo
ni por qué, se esparce la voz que aquel barco ha naufragado.
¿Quién lo dice? Todos. ¿Quién recibió la
fatal nueva? Nadie. Quince días después se sabe la espantosa
verdad, y los periódicos refieren por menor los horribles detalles del
naufragio.
Una mujer es fiel a su marido. Nadie puede acusarla de
adulterio. Vive como Penélope, en su hogar. Desecha con altivez a los que
solicitan su cariño. Pero el Galeoto, que mira y prevé todo,
murmura entre dos cuadrillas, bajo las anchas hojas de una planta exótica
erguida sobre rico tibor chino: ¡esa mujer tiene un amante! Y no es
verdad; pero un día, una semana, un año después la mujer
tiene un amante. El Galeoto se equivoca nada más en la conjugación
del verbo; debía haber dicho: tendrá.
Y la esposa no falta a su deber porque el mundo lo dice; como
el barco no perece porque la gente vaticina el naufragio. Así, el mundo
dice que Alicia es desleal, y en torno de ella se agrupan los cazadores en
vedado, como los náufragos hambrientos en la balsa de la Medusa. Pero
Alicia no ama a ninguno: guarda su tesoro y no quiere despilfarrarlo como
pródiga.