Viene de las heladas profundidades de la noche. Su alma es como
un cielo sin tempestades, pero también sin estrellas. Los que se le
acercan sienten el frío que difunde en torno suyo una estatua de nieve.
Su corazón es frío como una moneda de oro en día de
invierno.
¿Quién es la esbelta rubia que sonríe en
aquel palco? Es un patrón de modas recortado. Por esa frente no han
pasado nunca las alas blancas de los pensamientos buenos, ni las alas negras de
los pensamientos malos. Sus amores duran lo que la hirviente espuma del
champagne en la orilla de la copa. Jamás permitiría que un hombre
la ciñera con sus brazos: no quiere que se ajen y desarreglen sus
listones. ¿Queréis saber cómo es su alma? Figúrate
una muñeca hecha de encaje blanco, con plumas de faisán en la
cabeza y ojos de diamante. Cuando habla, su voz suena como la crujiente falda de
una túnica de raso, rozando los peldaños marmóreos de una
escalinata. No sabe dónde tiene el corazón. Jamás se lo
pregunta su modista.
Esa grave matrona expende esposas. Tiene mucha existencia.
Convierte ahora tus miradas a la platea que está frente
a nosotros. Una mujer divinamente hermosa la ocupa.
¿Quién es? Sus grandes ojos verdes, velados por
larguísimas pestañas negras, tiemblan de efusión cuando se
fijan en el cielo, como si estuvieran enamorados de los luceros. Sus manos
esgrimen el abanico como si quisieran adiestrarse en la esgrima del
puñal. Créelo: esa mujer es capaz de matar al hombre que la
engañe. Sus labios se entreabren suavemente para dar salida al exceso de
alma que hay en ella.