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En cuanto a los oficiales, el ganso tradicional los aguardaba. El desdichado pájaro había sido conservado cuidadosamente vivo, y fue cebado para la circunstancia. El maestro cook se había entregado a un desborde de imaginación, desarrollando cuantos talentos culinarios poscia.

Un plum-pudding colosal debía acompañar al palmípedo, y habíanse prodigado las conservas de carne. Agregad a esto cuanto podáis imaginar en materia de pastelería a la pimienta, al gengibre, al ruibarbo y a la angélica... Figuraos, en fin, un batallón cuadrado compuesto de botellas de scotch-ale, de pale-ale, de porter, de sherry, de champaña y de aguardiente, y tendréis una vaga idea de lo que se preparaba a bordo del buque inglés.

A las siete en punto se pusieron a la mesa. William Clarkson, antes de sentarse, llenó los vasos, y levantando el suyo:

-A estas horas -dijo, -nuestros parientes de Newcastle y nuestros amigos de Rennes beben a la salud de los marinos y les desean buen viaje. Bebamos, pues, por su felicidad, y lamentemos no haber llegado antes a Santa Catalina, donde hubiéramos festejado el Christmas con mi hermano Bannalec.

Todos vaciaron su copa, y el festín comenzó.

Si hay algo que sorprenda más a un francés que ver lo que puede comer un inglés, será sin duda calcular lo que puede beber.

Aquella fue una noche de Navidad bien empleada... El ganso, la carne, los pasteles, el plum-Pudding y los accesorios, fueron religiosa e íntegramente absorbidos. Luego comenzó a vaciarse las botellas.

Hasta aquel momento la comilona había sido tal que seguramente era necesario beber hasta mas allá de la embriaguez para inundar todos aquellos alimentos, y qué alimentos! ...

A media noche la fiesta se había convertido en orgía.

Aunque el cielo se viera cargado de nubes espesas que. bogaban hacia el norte, el mar estaba bastante hermoso y la brisa vigorosa. No había luna. La noche era tan obscura como un sótano.

Lo mismo en el puente que en la cámara de oficiales, la embriaguez subía como una marca. La quíntuple ración de los marineros no hubiera bastado para emborracharlos, si previendo el caso, no hubieran hecho economías desde tiempo atrás, sobre su ración diaria, para beber a gusto en el gran día de Navidad.

Tanto que al cuarto de media noche, todo el mundo convino en dejar para el día siguiente, todos los asuntos serios: ¡amárrese sólidamente la rueda del timón, para que el navío no se desvío de su rumbo, y ande la galera!

-¡Ah, si una borrasca llega a caer sobre esta arboladura cargada de trapo! ¡Qué despertar! -murmuró un viejo contramaestre menos ebrio que los demás.

--¡Bah! Si nunca se hiciera una locura, el oficio de marino sería demasiado monótono también! -replicó el midshipman.

Y volviendo a beber, ¡pero de qué modo! los marineros en su sollado los oficiales en su cámara, con todas las escotillas cerradas.

-No estaría demás que Dios, cuyo nacimiento festejamos, velara por nosotros... -dijo riendo el carpintero.

Fueron las últimas palabras algo sensatas que se pronunciaron aquella noche a bordo del Mary-Ann. La orgía tomó pronto proporciones espantosas. Canciones horribles, con coros más espantosos todavía, resonaron aquí y allá. Un teniente contó sus amores, ¡y qué relato aquel! El segundo quiso bailar una guiga, tropezó y se tendió para no volver a levantarse, sobre una Cama de botellas que se rompieron con el peso.

 
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