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William Clarkson volvió la espalda al francés y se marchó a sus negocios.

Dos horas después ambos capitanes se embarcaban casi al mismo tiempo, en sus respectivas lanchas, para volver a su bordo.

El mar estaba inquieto. Aunque en apariencia no hubiera mal tiempo que temer, las olas se sucedían más ásperas y cóncavas cada vez. Las lanchas avanzaban con dificultad.

Sin embargo, todo anduvo bien hasta que llegaron cerca de los navíos. Pero en el mismo instante en que la embarcación del Mary-Ann atracaba a la escala de comando, una ola sorda la levantó por estribor, y en un abrir y cerrar de ojos todos los que la tripulaban fueron lanzados al mar.

-¡Boga a los náufragos! ¡muchachos! -dijo tranquilamente Bannalec, dando un ligero golpe de timón, -y soca un poco para no llegar demasiado tarde.

En tres ó cuatro bogadas, los franceses estuvieron en el teatro del desastre.

-¡Hola! pero no veo a mi english -dijo Bannalec levantándose: -¿no sabrá nadar? Pues no tiene derecho de ahogarse antes de mañana a la tarde. En todo caso, no se lo permitiré. ¡Eh, vosotros! pescadme a esos lobillos, mientras yo voy a recoger al capitán...

Y sin más ni más, el joven bretón se tiró al agua, diciendo:

¡Vamos! Ya lo veo.

Los marineros del Albatros no tardaron en recoger a derecha e izquierda a los cuatro remeros de la Mary-Ann. Bannalec, entretanto, zabulló dos ó tres veces, y a pesar del mal estado del mar, logró salvar a Clarkson que había perdido totalmente el conocimiento.

 

 

III

Tres horas después, el capitán inglés se hacía anunciar a bordo del Albatros. Bannalec se levantó, adelantóse a su encuentro con galantería, y lo recibió a la puerta de la cámara.

-Capitán -dijo Clarkson tendiendo la mano al marino francés, -permitidme comenzar por daros las gracias.

-¿Por qué? -preguntó muy sorprendido el joven comandante.

-Pues, simplemente -dijo Clarkson, -por haberme salvado la vida.

-¡Ah, vaya! eso no vale la pena; no me creáis mejor de lo que soy. Si os he pescado es porque tenemos que cortarnos el pescuezo mañana...

-¡Ah! ¡es verdad!

-¿Lo habíais olvidado? ¡Pues yo no! Y si mi lancha hubiese naufragado en lugar de la vuestra, hubiera sentido muchísimo ahogarme antes del duelo. Supuse que vos también os fastidiaríais de que una ola imbécil os privara del placer que debéis experimentar mañana, y por eso zabullí. Pero lo que es agradecimiento, no me lo debéis en manera alguna.

-¡Vaya, capitán!

-Es como tengo el honor de deciros -agregó Bannalec poniéndose ambas manos en los bolsillos, como para no sentir la tentación de estrechar la que le tendía el inglés.

-¿De modo que os empeñáis en batiros conmigo?-repuso Clarkson.

-Seguramente que sí.

-Sea, pero no podéis obligarme a daros satisfacción antes de haber aceptado el apretón de manos que os ofrezco. Por otra parte, no me batiré si no recibís mi agradecimiento.

-¡Vos también sois un curioso tipo! -exclamó Bannalec. -Vaya estrechadme la mano, ya que os empeñáis tanto, y hemos concluido. Pero os batiréis.

-¡Vaya si me batiré! --exclamó el inglés lanzándose sobre Bannalec a quien dio un caluroso abrazo.

 
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