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Mi sagrado perdón llegará a todos ustedes, así que pueden ofrecer sus florines y otras monedas de plata, así como sus anillos, broches y cucharas de plata. Inclinen las frentes, vengan e inclínense ante esta sagrada bula. ¡Vengan, amas de casa, a ofrecer sus hilados! Vean cómo inscribo sus nombres en mis registros; de este modo también entrarán en la ventura de los cielos. ,Absuelvo con mi alto poder a ustedes que hacen ofrendas; quedarán, pues, tan limpios y libres de pecado como cuando llegaron al mundo. Y que Nuestro Señor Jesucristo, curador de nuestras almas, se digne concederles su perdón; ya que este perdón, no los voy a engañar,. vale más que el mío.

Pero, señores, olvidaba decirles unas palabras. En mi alforja tengo reliquias e indulgencias tan preciosas como no puede tenerlas ninguno en esta Bretaña. Las recibí de las propias manos del Santísimo Padre de la Iglesia. Si entre ustedes algún devoto quiere hacer una ofrenda y recibir mi absolución, que ya mismo se adelante, se arrodille y reciba mi perdón con humildad. O si prefieren obtener nuevos perdones a medida que recorran los pueblos, en tal caso tendrán que ofrendar cada vez nuevos florines y peniques, dinero en mano.

Es un gran honor para todos los aquí reunidos contar con un hábil perdonador, presto a dar la absolución a todos los que viajan por el campal, previniendo cualquier desgracia que pudiera pasar, si acaso alguno de ustedes rodase de la montura, rompiéndose el cuello. Y noten qué protección es para ustedes tenerme consigo, a mí que puedo absolverlos a todos, grandes y chicos, al llegar la hora en que el alma deja el cuerpo. Sugiero a nuestro posadero que sea el primero en venir, por estar más cercano al pecado que los demás. Adelántese, señor posadero, haga su ofrenda y podrá besar todas las reliquias a cambio de una nadería. ¡Abra rápido su bolsa!

;Nunca, nunca, que Cristo me maldiga si lo hago! -respondió el posadero-; juro por mi alma que no he de hacerlo. Serías capaz de hacerme besar tu trasero y jurarme después que eran las reliquias de un santo, pese a su inmundicia. Pero por la Santa Cruz y por Santa Elena, que antes las reliquias o cosas santas querría tener tus tripas en mi mano. Arránquenselas, que les ayudaré a llevarlas y después podrán venerarse en la barriga de algún cerdo!

Pero el perdonador no respondió palabra; no podía hablar de tan enojado que estaba.

-Y ahora -dijo el posadero-, no he de hablar más contigo ni con ningún hombre enfurecido más.

Pero después, cuando el noble caballero notó las carcajadas de los presentes, dijo:

-¡Basta. no se puede seguir así! Señor perdonador, trate de ponerse de buen talante, y usted, señor posadero, a quien aprecio tanto, le ruego que bese al perdonador. Perdonador, acérquese y riamos y hagamos chistes como antes.

Y allí mismo se besaron, y subiendo a los caballos siguieron viaje.

Y aquí acaba el cuento del perdonador.

 
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