Un criminal enmascarado, a quien llaman Muerte y que asola la región, lo hirió con su lanza quebrándole en dos el corazón y se marchó sin decir nada. Así ha matado a mil personas; por tanto, señor, esté precavido contra este enemigo si lo encuentra. Esté en guardia y listo para enfrentarlo. Esto me dijo mi madre, y no quiera saber más..
-¡Por María Santísima, el chico dice la verdad! -gritó el tabernero- En un poblado a algo más de una legua ha asesinado a mujeres, niños, campesinos y bellacos. Pienso que allí está su guarida. Es inteligente y prudente mantenerse en guardia para evitar otros males.
-¡Por los brazos de Cristo! -gritó el farrista- ¿tan peligroso es toparse con él? ¡Prometo a los huesos de Cristo salir a buscarlo por caminos y calles! ¡Oigan, compañeros! Unámonos como uno solo. Estrechémonos la mano, como hermanos que somos, y vayamos a eliminar a ese sucio traidor que apodan La Muerte. Por la dignidad de Dios, habrá de perecer antes de llegar la noche que a tantos mata. Los tres se prometieron mutuo lealtad; cada uno viviría y moriría por los demás, por haberlo jurado de ese modo. Así salieron, en su ira y beodez, yendo hacia el poblado señalado por el tabernero. De vez en cuando proferían horribles juramentos, despedazando el cuerpo de Jesús. ¡Muerte a la Muerte, si la pescaban!
Anduvieron un trecho y al cruzar unas gradas hallaron un hombre viejo y pobre que los saludó con mucha humildad: "¡Señores, que Dios los acompañe!"
El más arrogante de los tres farristas le contestó:
¡La mala suerte te siga, bribón! ¿Por qué te abrigas tanto que casi no se te ve el rostro? ¿Para qué quieres continuar viviendo tan viejo y arruinado?"
El viejo lo miró largo rato en el rostro y le respondió: "Porque aunque camine de aquí a la India, por pueblos y ciudades, no hallaré un hombre que acepte cambiar su juventud por mi vejez. Por eso debo conservar mis viejos años hasta que Dios lo resuelva. ¡Ay de mí, que la muerte no me quiere! Voy así andando, prisionero incansable, mientras todo el tiempo golpeo con mi bordón la tierra, que es mi madre y a la que ruego: ¡Querida madre, déjame entrar! ¡Mira cómo decaen mis carnes, mi piel y mi sangre! ¡Ay de mí!
¿Cuándo descansarán mis huesos? ¡Madre: te entregaría mi pecho, con el que tanto he vivido, para que lo envolvieses en un sudario de crines! Pero no quiere hacerme ese favor, y por eso mi cara está pálida y mustia. ¡Pero, señores!, no es cortés hablar tan cruelmente a un viejo, salvo si éste se hubiera propasado con ustedes de hecho o palabra. Pueden leerlo en las Sagradas Escrituras, donde dice: "Cuando estés ante un anciano de cabello blanco, te pondrás de pie".
Por eso les aconsejo no hacer mal a un viejo, así como no querrían que se les hiciera mal a ustedes, si acaso llegaran a tan alta edad. Y ahora, que Dios los proteja donde vayan, que yo tengo que seguir mi camino".