Ya que hablé de la gula, también los privaré del juego, que es madre de la mentira, do la falsedad, del perjuicio repugnante, de la blasfemia, del asesinato y de la pérdida de tiempo y dinero; aún más, ser fullero reconocido es una enorme desgracia y deshonor. Cuanto más encumbrada es la posición del hombre, más se lo censura por este vicio. Si un príncipe juega a los dados se desacreditará ante la opinión pública. El razonable y discreto embajador Stilbon fue pomposamente comisionado de Lacedemonia a Corinto para sellar un pacto; pero al llegar a esta tierra halló que los principales. estaban entregados al juego, ante lo cual volvió a u país diciendo: "No quise perder allí mi renombre, ni soportar el oprobio de arreglar a nombre de ustedes una alianza con una nación de fulleros. Envíen allí embajadores más listos, que yo por cierto prefiero morir a verlos unirlos a jugadores. Eh ustedes, que acreditan tantos hechos gloriosos: no será mi mano ni mi voluntad la que arregle su alianza con esos fulleros". Así habló el sabio filósofo.
Fíjense asimismo cómo el rey de los Partos, según refiere la historia, mandó al rey Demetrio, en señal de desprecio, un juego de dados. Demostraba así su poca estima por la gloria y fama de Demetrio.
Señores: traten de hallar diversiones más fructíferas ira pasar el día.
Ahora trataré de decirles algo sobre los juramento:; blasfemias que mencionan los libros antiguos. Jurar m violencia es algo repulsivo, pero jurar en vano es mucho peor. El Altísimo, según Matías, prohibió toda ase de juramentos, y Jeremías dice sobre ellos: "No sentirás ni jurarás en vano, pero podrás jurar con virtud y discreción".
Pero jurar en vano es algo abominable. Miren cómo en la tabla de los mandamientos del Altísimo, el segundo dice: "No jurarás Su santo nombre en vano". Dios prohibió esos juramentos antes que el asesinato otros graves pecados. Por tanto, ése es su orden de locación, como sabe todo el que conozca los Diez Mandamientos. Asimismo, les puedo garantir que el castigo no dejará de caer sobre la casa del que pronuncia espantosos juramentos. ¡Por el divino corazón de Jesús y por los clavos de Su cruz! ¡Por la sangre de Cristo en el convento, mi suerte es siete, la tuya es cinco o tres! ¡Por los brazos de Cristo, si me juegas sucio este puñal traspasará tu corazón! Esto es el producto de los dados de hueso: perjurio, ira, falsedad, asesinato. Por eso les pedí por amor a Jesús que murió por nosotros, absténganse grandes y chicos de sus juramentos. Pero, señores, continuaré aquí con ni relato.
Estos tres pícaros de que estoy hablando, mucho antes de que la campana anunciara el amanecer, estaban en una taberna, tomando. Y mientras estaban allí oyeron una campana que sonaba avisando que un cuerpo descendía al sepulcro. Uno del trío, llamando a su criado, le dijo: "Corre y averigua rápido quién es el muerto que pasó, y esmérate por entender bien su nombre!"
-¡Señor!, -respondió el muchacho . no es necesario. Lo sabía dos horas antes de la llegada suya. El finado era un viejo compañero suyo y murió súbitamente, de noche, estando muy bebido sobre un banco.
