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-Sabrás -dijo el primero- que somos dos y que dos siempre son más poderosos que uno. Cuando él se siente, tú te levantarás y pondrás a forcejear con el como jugando, y entonces yo lo traspasaré por ambos costados, y tú harás lo mismo con tu puñal. Entonces podremos repartirnos el oro entre ambos, mi querido amigo. Luego podremos darnos los gustos y jugar a los dados hasta que se nos antoje.

Y así fue como los dos bellacos acordaron asesinar al tercero.

En tanto, al más joven, que había ido al pueblo, le palpitaba el corazón recordando las bellas monedas. "¡Señor, se dijo, si pudiera tener todo ese tesoro para mí, no existiría ser vivo sobre este mundo de Dios que fuera tan feliz como yo!"

Hasta que por último el diablo, nuestro enemigo, le fue deslizando en la cabeza la idea de comprar veneno para eliminar a sus dos secuaces. El diablo lo encontró en un estado tan predispuesto al pecado, que no le resultó arduo llevarlo a la perdición. Y así la intención de este perdulario fue envenenar a los otros dos, sin temer el arrepentimiento. Se dirigió sin demora a un boticario, pidiéndole que le vendiese un veneno para matar ratas. Según dijo, también había en la cuadra un zorrito que le mataba los pollos y quería vengarse de esa alimaña que lo perjudicaba todas las noches.

-Te daré tal veneno -le dijo el boticario- que, Dios proteja mi alma, nadie podría comerlo ni beberlo en una dosis pequeña como un grano de trigo sin morir inmediatamente. Te aseguro que este veneno es tan fuerte que el que lo tome morirá en menos tiempo del que tardas en andar unos pasos.

El execrable sujeto tomó la caja con el veneno y por una calle cercana se dirigió a una tienda, donde compró tres buenas botellas. En dos vertió el veneno, pero cuidó que la tercera quedase buena para beber él, mientras calculaba cómo trasladar el oro por la noche.

Y cuando este sinvergüenza, que Satán lo guarde, llenó las botellas de vino hasta colmarlas, se fue al lugar en que lo esperaban sus camaradas.

¿Para qué seguir relatando los sucesos? Pues, tal como habían planeado, mataron al más joven del grupo. Luego de eso, uno de los dos restantes dijo al otro:

-¡Ahora a sentarnos, a tomar y alegrarnos, que ya sepultaremos su cadáver!

Y, diciendo eso, tomó una de las botellas con veneno, bebió abundantemente y después dio de tomar a su camarada, muriendo ambos allí mismo. Y puedo afirmarles que ni el mismo Avicena jamás describió en ningún capítulo una escena de envenenamiento más horrible que la que dieron estos dos desgraciados antes de morir. Así perecieron los dos asesinos y el envenenador desleal.

!Oh execrable pecado inicuo! ¡Oh asesino traidor! ¡Oh juego, lujuria y gula! ¡Blasfemo de Cristo, que insultas y juras arrogante y porfiado! ¡Ay hombres! ¿Cómo pueden ser tan desleales y dañinos con su Creador que les dio la vida y después los redimió con su divina sangre?

Y ahora, mis buenos amigos, que Dios perdone sus faltas, y cuídense mucho del pecado de la avaricia.

 
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