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"¡Calla, viejo sinvergüenza, no tan rápido, por Dios", le dijo otro de los perdularios, "¡por San Juan, no te irás tan pronto! Recién hablaste de ese traidor llamado La Muerte, que anda matando a todos nuestros amigos en esta región. ¡A que tú eres su espía! Di en seguida dónde hallarlo, o sino lo pagarás caro, por Dios y por el Santísimo Sacramento! Seguro que tú también quieres ver trunca nuestra juventud. ¡Sucio traidor!" El viejo respondió: "Señores: si tienen tantos deseos de toparse con la Muerte, sigan ese sendero torcido, les aseguro que la dejé allí, a la sombra de esa arboleda. Y allí estará, porque no se esconderá de los alardes de ustedes. ¿Ven aquel roble? Ahí la hallarán. Quiera Dios, nuestro Salvador, salvarlos y enmendarlos". Así dijo el viejo.

Y todos corrieron prestos hacia el árbol y llegando allí hallaron unas ocho medidas rebosantes de redondas monedas de oro. No pensaron más en la Muerte," sino que estaban tan felices de poder ver el valioso tesoro, que se sentaron junto al resplandor de las monedas. El peor de los tres habló así: "¡Hermanos, préstenme atención! Aunque me gustan las bromas y los juegos, tengo la cabeza muy bien puesta. La Fortuna nos ha dado este tesoro para que lo disfrutemos el resto de nuestros días tan alegre y agradablemente como debe ser, y así lo haremos. ¡Por la dignidad de Cristo, quien hubiera dicho hoy que tendríamos tanta suerte! Si pudiéramos llevar todo este oro a mi casa o la de ustedes, porque saben bien que este oro es de nosotros, pudríamos entonces vivir bien. Pero no nos conviene hacerlo de día. Al vernos, la gente podría .pensar que lo robamos y podrían colgarnos como a grandes ladrones. Debemos llevarlo de noche, lo más silenciosa y delicadamente que podamos. Por eso propongo que echemos la suerte de los palitos, y el que saque el palito más corto, correrá al pueblo con alegría y allí nos conseguirá con disimulo vino y comida. Los otros dos se quedarán vigilando el tesoro, y al anochecer, siempre que no existan retrasos, lo llevaremos al lugar que nos parezca más seguro."

Uno de ellos cortó los palitos y se los dio a elegir. Le tocó ir al más joven de todos, y se puso en marcha rápidamente. Ni bien partió, el segundo dijo al tercero:

-Sabes bien que nos juramos lealtad; ahora te diré una cosa en tu propio beneficio. Tenemos aquí oro en abundancia para dividirlo entre tres, y bien sabes que nuestro camarada se ha ido. Ahora, si puedo hacer que este oro sea dividido entre nosotros dos, ¿no te haría un gran favor?

-No entiendo como lo conseguirías -contestó el otro-. Si él sabe que el oro quedó con nosotros, ¿cómo haremos y qué le explicaremos?

-¿Te puedo confiar un secreto? -preguntó el primer pícaro-. Te diré en dos palabras cómo haremos para lograrlo.

-Me lo puedes confiar -contestó el otro-, y juro por mi fe que no te traicionaré.

 
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