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Y estaban también las cigarrerías con vuelto al fondo. Se compraba un atado de cigarrillos y se pagaba cierta suma. En el fondo del local, detrás de una cortina, en el patio o en una pieza, una jardinera daba el vuelto en especie venérea. En el concepto de Tallon se vivía una época de lujuria y violencia demenciales. Infinidad de inmigrantes no osaron afrontar la posibilidad de que los miembros femeninos de su familia cayeran en manos de los tratantes de blancas, y se volvieron a sus pueblitos. Los periódicos señalaban suicidios con una frecuencia calamitosa. La tuberculosis y las enfermedades amorosas eran la causa del 30 % de las muertes hacia el Centenario. Recuérdese que para ese tiempo casi el 50% Yo de las casas habían sido transformadas en conventillos, y que las percantinas iniciaban su carrera a los 16 años, no pocas veces alentadas por la bastardía moral de sus progenitores. A los 25 años eran viejas, o estaban envejecidas. El lunfardo, que inventó sinónimos pintorescos para las jóvenes, las llamó carro, carreta, atmosférico, vaga, lora, cuando dejaron de serlo. Para los hombres empleó vocablos franceses, que adoptó con un particular sentido de la fonética. Nunca se dijo celestina, golfa, ni chulo, por ejemplo, y esta laguna tiene quizás un sentido.

Por alguna razón que sería preciso analizar largamente, eran preferidos aquellos locales frecuentados por elementos escandalosos, batuqueros y camorristas, donde a cada minuto era inminente el zafarrancho. La clientela se distribuía de acuerdo con sus posibilidades económicas. Ya entrado el siglo, se pusieron de moda los cabarets y algunos ostentaban un lujo explosivo. Se extendió el uso de narcóticos. La cocaína fue introducida hacia 1910. Se la aspiraba como el rapé, tomando una pulgarada, un pellizco de ahí, pichicata, deformación de pizzi cata, punteada. Los canflinfleros no tardaron en usar la uña del dedo meñique. La uña larga era un distintivo de su vida ociosa, ya que ningún trabajo manual la quebraba.

Millones de mujeres que se casaron sensatamente y dedicaron su vida al hogar y a los hijos, han sido olvidadas, al parecer injustamente. En cambio, los registros policiales parecen tener más memoria que las notas de sociedad y recuerdan innumerables señoritas que vivieron dedicadas al placer. Una dudosa fama aureola a la fiata Aurora, la tanita Luciana, la Rubia Mireya, la Moreira, las pardas Adelina y Flora; a veces eran tanqueras hábiles para dar placer al bailarín en sus firuletes: Antonina la Chata, la Barquinazo, o la Tero, famosa por las piernas largas que le valió el alias; o, si no, eran las dueñas o administradoras de casas de baile: María la Vasca, María la Negra, Laura, la China Rosa, y los que suponían que era cosa viril no usar gomina, eran asiduos al café de Adela, las casas de Madame Blanch, Madame Julie, lo de Mamita (Concepción Amaya) En este recordar se percibe una apología de la carne fácilmente accesible, y un síntoma precursor de los tiempos que se avecinaban.

 
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Picaresca porteña de Tulio Carella   Picaresca porteña
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