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Nunca se veía mucho tiempo a las tamberas en una misma casa, en una misma ciudad. Después de un período de tres a seis meses, las mujerzuelas eran enviadas a otro lugar y reemplazadas. Si alguna era objeto de rencillas, de codicias exageradas y rivales, se la enviaba al extranjero. Cosa tan simple al parecer como un momentáneo desahogo sexual, tenía conexiones internacionales. Con este sistema rotativo, de ordinario habla novedades. Los partidarios de la variación encontraban donas rubias, morenas, pelirrojas, altas, bajas, gruesas, delgadas; sanguíneas, linfáticas, coléricas, nerviosas; criollas, rusas, polacas, francesas... Estas últimas eran solicitadas por aquellos que querían experimentar sensaciones más intensas, pues tenían fama de ser duchas en la Jellatio. A fines de siglo quedaban pardas y mulatas, pero fueron desapareciendo, reemplazadas por el exótico atractivo de las europeas, cuyo lenguaje interino parecía una promesa de lubricidad. No se han dado a conocer o no han sido divulgadas con eficiencia estadísticas de perdidas en los tiempos prostibularios. Se sabe que en 1490 había 6.800 mujeres en las mancebías de Roma, cifra sólo superada por las 11.654 cortesanas de Venecia al comenzar el siglo XV. Venecia tenla entonces 300.000 habitantes. Se calcula que en Buenos Aires un 37% de las mujeres ejercían la prostitución, y que el 75% o 70% de los delitos eran cometidos por el sexo débil, tomando como fecha central el año del Centenario. El fabuloso crecimiento de la ciudad hizo rápidamente centro de lo que era arrabal; con todo, en el centro de antes, a pocos metros de la Casa Rosada y del Congreso, era posible encontrar cualquier tipo de casa de diversión y llegar a ella con los ojos cerrados, teniendo como guía el barullo o el olor.

Con ser de origen y educación tan diferentes, las pichibirras adquirían modos profesionales que las nivelaban y permitían reconocerlas sin dificultad, sobre todo en el desempeño de sus funciones. Reaccionaban con exasperada irritación contra los que únicamente buscaban un estímulo para su autoerotismo; es decir, contra los que iban a practicar lo que en buen criollo denominamos franela (pues calienta) o fratacho y A no el fornicio corriente. Y contra los pobres que no podían darse el lujo de un cuerpo e iban a mirar, así como un pobre hambriento contemplaen un escaparate los alimentos vistosos y costosos que no puede comprar. Se sentían robadas, estafadas, y no tenían reparo en someterlos a la vergüenza pública, con una saña nacida de la indiferencia, del resentimiento y del saberse protegidas.

No siempre el comercio era tan ingrato. A veces la cocota procuraba satisfacer al marchante con detalles libertinos: música suave y lánguida, penumbra disolvente, espejos viciosamente colocados y una luz roja que hacia más agradable el connubio. Por alguna razón se considera que la luz roja es, en ciertas ocasiones, pecaminosa, incitante. Había también especialistas que se vestían de monja, de colegiala, según el gusto del consumidor.

La prostitución se ejercía y cómo no en las academias de baile. En un principio en las academias se enseñaban danzas o simplemente se bailaba. Las mujeres cobraban por piezas. Algunas academias sumaron carpeta de juego. La casa pagaba a la bailarina: la asignación era diaria o mensual, según el convenio previo. A la sala de baile y a la sala de juego se sumaron saloncitos donde los parroquianos podían recibir lecciones privadas. Paulatinamente llegaron a ser prostibulitos, y las bailarinas se transmutaron en taxigirls. Las casas de baile eran designadas por el nombre del propietario, de la propietaria o por su ubicación. Corrientes fue pródiga en academias. La fama recuerda a la China Rosa, la Morocha Laura, Madame Blanch, la China Joaquina, Juanita Ramirez.

 
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Picaresca porteña de Tulio Carella   Picaresca porteña
de Tulio Carella

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