Con la llegada de los militares, en la universidad se
terminaron las "tomas" de derecha y de izquierda, también se terminaron las
clases.
A los pocos días empezó a escucharse un "bando"
que llamaba a todos los estudiantes del CESCLA a retirar sus documentos de la universidad y gracias a mi compañero
de banco pude evitar mi detención.
Uno de esos días, cruzando la plaza Sotomayor, en la zona del
puerto, y al pasar por la Intendencia veo a un marino con metralleta haciendo
guardia a unos cincuenta metros de la entrada del edificio, al verlo me pareció
reconocer a mi mejor compañero de estudios y cuando voy a saludarlo me dice en
voz muy baja:
-¡Sigue caminando! -susurró-. Y no me saludes, no vayas a la
universidad porque es una trampa. No sabía qué pensar y no tenía la menor idea
de que mi amigo fuera marino. Con el tiempo nos enteramos que desde su inicio la
universidad para trabajadores había sido infiltrada por miembros de las fuerzas
armadas, por eso fue que en las listas de los primeros muertos por los militares
figuraban varios de nuestros profesores.
Mientras se aproximaba el fin de año, en todo el país se llevaba a
cabo la "operación rastrillo" que consistía en allanar y revisar todas las casas
de Chile.
Con Patricia pasábamos días enteros revisando libro por libro y
revista por revista, cualquier referencia al marxismo o foto de Allende, Fidel
Castro o político de izquierda, podía ser causa de detención.
La otra gran preocupación que sufrimos los chilenos en esos días
eran los "acaparamientos" de mercaderías. Un "bando militar" avisaba a la
población que los acaparadores serian detenidos por infringir la emergencia
nacional.
Al día siguiente en las calles de Valparaíso y Viña del Mar
aparecieron tiradas bolsas con azúcar, cajas con botellas de aceite y toda clase
de mercaderías que faltaban en el mercado desde hacía mucho tiempo. En la
fábrica, supervisores y jefes ofrecían regalar mercaderías por temor a ser
detenidos.
Casi junto con la llegada de la Navidad y el fin de año, empezaron
a salir en libertad los primeros detenidos. En el barrio apareció el "chico"
Crespo, muy flaco, apenas tuvo tiempo de juntarse con su familia, saludar a
algunos amigos y de inmediato asilarse en una embajada para salir del país. Los
militares lo dejaron libre, pero con la orden de abandonar el país en
veinticuatro horas, lo mismo pasó con Marín y otros vecinos del barrio. También
supimos que Martínez estaba libre, pero que había pasado a la clandestinidad.
Gracias a la solidaridad de organizaciones internacionales de
derechos humanos, se formó una red de países dispuestos a recibir a chilenos
perseguidos. Canadá y Australia ofrecían residencia y Argentina, Brasil y México
fueron países "de paso" de chilenos que eran recibidos por los países del este y
oeste europeo.
En la fábrica seguían los controles y las detenciones como en el
primer día. Durante este periodo fue cuando más preocupado estuve, presentía que
en cualquier momento caería preso, debido a que todos los compañeros
recientemente liberados habían sido interrogados y torturados para que
contestaran preguntas relacionadas conmigo:
¿Quién era? ¿Qué hacía? ¿A qué partido pertenecía? ¿Cómo había
llegado a supervisor?
Antes de irse a Canadá, Crespo me alertó sobre espías en la
fábrica y Marín, antes de partir a Australia, contó sobre la tortura que sufrió
para que denunciara mi actuación política.
Mis padres también fueron allanados. Casi a media noche llegaron
los carabineros y "manos en la nuca" los sacaron a la calle mientras les
revisaban la casa. Les dieron vuelta las camas, rompieron los colchones,
volcaron los cajones y les revisaron libros y revistas.
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