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Ya le era imposible disimular ante sí mismo la realidad
atroz de su cobardía: ¡estaba terriblemente asustado! Hubiera
querido alejarse de aquel sitio, pero sus piernas se doblaban, negándose
a obedecerlo; entonces volvió a sentarse en el tronco del árbol.
Temblaba violentamente. Tenía la cara empapada, el cuerpo bañado
en un sudor helado. Ni siquiera podía gritar. Detrás, oía
distintamente un paso furtivo, algún animal feroz, acaso, y no se
atrevía a mirar por encima del hombzo. ¿Es que los seres vivos sin
alma habían unido sus fuerzas a las de aquel muerto sin alma? ¿Es
que sería un animal? ¡Ah, si pudiera estar seguro de ello! Pero no
había esfuerzo de la voluntad que le permitiese ahora separar sus ojos
del rostro del muerto.
Lo repito: el teniente Byring era un hombre valeroso e
inteligente. Pero ¿qué quieren ustedes? ¿Es que un hombre
solo puede medirse con la monstruosa conjuración de la noche y de la
soledad y del silencio y de la muerte, mientras las innumerables huestes de sus
propios antepasados le gritan al oído sus cobardes consejos, captan en su
corazón lamentables cantos fúnebres y drenan todo el hierro de su
sangre misma? Las condiciones son harto desiguales. El valor no es capaz de
afrontar tan dura pelea.
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Un jinete por el cielo
de Ambrose Gwinett Bierce
ediciones elaleph.com
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