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Cualquiera que haya conocido por experiencia la portentosa
coalición de la noche, la soledad y el silencio en el corazón de
un gran bosque, sabe hasta qué punto lo transforma en un mundo que nada
tiene que ver con el nuestro. Todos los objetos, hasta los más triviales
y familiares, revisten un caracter extraño. Los árboles se agrupan
de diferente manera, se aproximan unos a otros, como para defenderse del miedo.
El silencio mismo es de muy distinta calidad que el silencio diurno. Y
está lleno murmullos apenas perceptibles, de murmullos estremecedores,
fantasmas de ruidos ya muertos. También hay sonidos vivaces, como no se
oyen nunca en otras circunstancias: notas de insólitos pájaros
nocturnos, gritos de animalitos que afrontan bruscamente furtivos enemigos, o
los sueñan, susurros de hojas secas -quizá el brinco de una rata
de los bosques, o las pisadas de una pantera. ¿Por qué han crujido
esas ramitas? ¿Por qué ese lamento ahogado, asustado, en esa mata
llena de pájaros? Hay ruidos sin nombre, formas sin sustancia,
traslaciones en el espacio de objetos que nunca hemos visto moverse, y
movimientos de objetos que no cambian de lugar. ¡Ah, hijos del sol y de la
iluminación a gas, qué poco conocen ustedes del mundo en que
viven!
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Un jinete por el cielo
de Ambrose Gwinett Bierce
ediciones elaleph.com
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