Ahora lo posee la convicción de que el cadáver se
ha movido. Está más lejos de la mancha de luz donde yacía.
No cabe la menor duda. Y también ha movido los brazos. Miren ustedes:
¡ahora ambos brazos están en las tinieblas! Una bocanada de aire
frío golpea a Byring en la cara; por encima de su cabeza, las ramas de
los árboles se agitan y gimen. Una sombra nítida pasa por el
rostro del muerto, después lo deja expuesto a la luz, después
vuelve hacia atrás y lo oculta a medias. ¡El horrible
cadáver se mueve, se mueve indiscutiblemente! En ese momento suena un
disparo, ¡el más fuerte pero más distante que haya
oído jamás ningún mortal! Y el disparo rompe el silencio y
la soledad, dispersa las obstinadas huestes del Asia Central, hace renacer en su
espíritu el valor del hombre moderno. ¡Con un grito semejante al de
un gran pájaro que cae sobre su presa, Byring da un salto y avanza,
ardoroso como nunca, dispuesto a combatir!
Ahora, en el frente, se oye disparo tras disparo. Se oyen
gritos confusos, ruidos de cascos, vítores incoherentes. Detrás,
en el campamento adormecido, se oye el canto de los clarines y el gruñido
de los tambores. Hasta la encrucijada del viejo camino forestal,
abriéndose paso a través de los árboles, volviéndose
para tirar al azar mientras corren, llegan por ambos lados los piquetes de
soldados federales en plena retirada. Unos cuantos rezagados que se
habían replegado a lo largo de uno de los dos brazos del camino, de
acuerdo con las instrucciones recibidas, se apartan de golpe y entran en la
maleza, mientras cincuenta jinetes pasan junto a ellos blandiendo furiosamente
los sables y haciendo un ruido atronador. Con la cabeza hundida, esos locos
jinetes galopan junto al lugar donde Byring se halla sentado, gritando y
disparando sus pistolas. Momentos después se oye un crepitar de
fusilería seguido de un fuego decreciente: las tropas de asalto acaban de
enfrentarse con las de reserva, apostadas en la otra línea. Y vuelven en
terrible desorden, con más de una silla vacía un caballo
enloquecido, herido, por alguna bala, dando coces y relinchando de dolor. Todo
ha terminado: "Una escaramuza de los puestos de avanzada".