Pero ocurrió antes de que terminara el 2003, cuando ese hombre que me había dado un lugar a su lado y una posibilidad de empezar de nuevo me preguntó un día qué pensaba hacer con el proyecto de Bunbury.
–¿Por qué? –le pregunté.
–Porque mi hermano Martín es un fanático de Bunbury –me contestó.
Recuerdo ese día. Recuerdo el momento, lo que me cruzó por la cabeza y, en especial, recuerdo muy bien lo que sentí.