En ese primer año del nuevo milenio se me ocurrió –dada la conjunción de oportunidad, posibilidad y recursos–, que podía hacerle un original regalo de cumpleaños y empecé a darle vueltas a la idea, al mismo tiempo que navegaba por el mundo virtual, buscando la información necesaria, porque de Bunbury yo sabía muy poco y pues si algo de bueno tiene la web para el progreso y evolución de la humanidad es que allí está todo, para quien sabe buscar. Como en la vida, vamos.
Pero ese año transcurrió y también el cumpleaños de Sebastián y el proyecto no continuó adelante. Pasaron cosas y un día me di cuenta de que había perdido el interés por Bunbury, quizá porque también había perdido el interés por sorprender a mi hijo con un regalo de cumpleaños que, al menos para él –como para cualquier persona que se interese por algo, y se interese en serio–, iba a resultar inapreciable. Así quedó atrás ese mes de octubre del primer año del milenio. Y el siguiente, y el siguiente y también el del 2003.