-Lo vendimos completo. Usted no sabe lo
que es la pobreza. Cuando embarrancamos, cada uno agarró el fardo que tenía más a mano y echó a correr para esconderlo en su casa. Pero al día siguiente estaban todos a disposición del patrón; no se perdió ni una libra de tabaco. Los que exponen la vida por el pan y todos los días le ven la cara a la muerte están más libres de tentaciones que los otros.
-Desde entonces -continuó el viejo-
está ahí preso el pobre Socarrao. Pero no tardará en hacerse a la mar con su antiguo amo. Parece que ha terminado el papeleo; lo sacarán a subasta y se lo quedará el patrón por lo que quiera dar.
-¿Y si otro da más?
-¿Y quién ha de ser
ése? ¿Somos acaso bandidos? Todo el pueblo sabe quién es el verdadero amo de la barca abandonada, y nadie tiene tan mal corazón que intente perjudicarle. Aquí hay mucha honradez. A cada uno lo que sea suyo, y el mar, que es de Dios, para nosotros los pobres, que hemos de sacar el pan de él, aunque no quiera el Gobierno.
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