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El alcalde intervino entonces paternalmente: «Hombre, es demasiado -dijo al patrón-. Todo se lo llevan, y los carabineros se quejarán. Dejad, al menos, algunos bultos para justificar la aprehensión.»

Nuestro amo estaba conforme: «Bueno; haced unos cuantos bultos con dos fardos de la peor picadura. Que se contenten con eso.»

Y se alejó hacia el pueblo, llevándose en el pecho toda la documentación de la barca. Pero aún se detuvo un momento, porque aquel diablo de hombre estaba en todo: «¡Los folios! ¡Borrad los folios!»

Parecía que a la barca le habían salido patas. Estaba ya fuera del agua y se arrastraba por la arena en medio de aquella multitud que bullía y trabajaba, animándose con alegres gritos. «¡Qué chasco! ¡Qué chasco se llevarán los del Gobierno!»

El compañero de la pierna rota era llevado en alto por su mujer y su madre. El pobrecillo gemía de dolor a cada movimiento brusco; pero se tragaba las lágrimas y reía también, como los otros, viendo que el cargamento se salvaba y pensando en aquel chasco que hacía reír a todos.

Cuando los últimos fardos se perdieron en las calles de Torresalinas, comenzó la rapiña en la barca. El gentío se llevó las velas, las anclas, los remos; hasta desmontamos el mástil, que se cargó en hombros una turba de muchachos, llevándolo en procesión al otro extremo del pueblo. La barca quedó hecha un pontón, tan pelada como usted la ve.

 
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La barca abandonada de Vicente Blasco Ibáñez   La barca abandonada
de Vicente Blasco Ibáñez

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