-Son motes, caballero; apodos que
aquí tenemos lo mismo los hombres que las barcas. Es inútil que el
cura gaste sus latines con nosotros; aquí, quien bautiza de veras es la gente. A mí me llaman Felipe; pero si algún día me busca usted, pregunte por Castelar, pues así me conocen, porque me gusta hablar con las personas, y en la taberna soy el único que puede leer el periódico a los compañeros. Ese muchacho que pasa con el cesto de pescado es Chispitas, a su patrón le llaman el Cano, y así estamos bautizados todos. Los amos de las barcas se calientan el caletre buscando un nombre bonito para pintarlo en la popa. Una, La Purísima Concepción; otra, Rosa del Mar; aquélla, Los Dos Amigos; pero llega la gente con su manía de sacar motes y se llaman La Pava, El Lorito, La Medio Rollo, y gracias que no las distinguen con nombres menos decentes. Un hermano mío tiene la barca más hermosa de toda la matrícula, la bautizamos con el nombre de mi hija: Camila; pero la pintamos de amarillo y blanco, y el día del bautizo se le ocurrió a un pillo de la playa que parecía un huevo frito. ¿Querrá usted creerlo? Sólo con este apodo la conocen.
-Bien -le interrumpí-; pero ¿y El Socarrao?
-Su verdadero nombre era El Resuelto; pero por la prontitud con que maniobraba y la furia con que acometía los golpes de mar, dieron en llamarle El Socarrao, como a una persona de mal genio... Y ahora vamos a lo que ocurrió a este pobre Socarrao hace poco más de un año, la última vez que vino de Orán.
Miró el viejo a todos lados, y, convencido de que estábamos solos, dijo con sonrisa bonachona:
-Yo iba en él, ¿sabe usted?
Esto no lo ignoraba nadie en el pueblo; pero si yo se lo digo, es porque estamos solos y usted no irá después a hacerme daño. ¡Qué demonio! Haber ido en El Socarrao no es ninguna deshonra. Todo eso de aduanas y carabineros y barquillas de la Tabacalera no lo ha creado Dios: lo inventó el Gobierno para hacernos daños a los pobres, y el contrabando no es pecado, sino un medio muy honroso de ganarse el pan exponiendo la piel en el mar y la libertad en tierra. Oficio de hombres enteros y valientes como Dios manda.