Bebía sin que nunca le temblasen las piernas, ni menos los brazos; antes bien, a éstos les entraba con el calor del vino un furor por aporrear, cual si todo el mundo fuese una masa como la que aporreaba en el horno. En los ventorrillos de las afueras temblaban los parroquianos pacíficos, como si se aproximara una tempestad, cuando le veían llegar de merienda al frente de una cuadrilla de gente del oficio que reía todas sus gracias. Era todo un hombre. Paliza diaria a la mujer; casi todo el jornal en su bolsillo, y los chiquillos descalzos y hambrientos, buscando con ansia las sobras de la cena de aquella cesta que por las noches se llevaba al horno. Aparte de esto, un buen corazón, que se gastaba el dinero con los compañeros para adquirir el derecho de atormentarlos con sus bromas de bruto.
El dueño del horno le trataba con cierto miramiento, como si temiera, y los camaradas de trabajo, pobres diablos cargados de familia, se evitaban compromisos, sufriéndole con sonrisa amistosa.
En el obrador, Tono tenía su víctima: el pobre Menut, un muchacho enclenque que meses antes aún era aprendiz, y al que los camaradas reprendían por el excesivo afán de trabajo que mostraba, siempre ansiando un aumento de jornal para poder casarse.
¡Pobre Menut! Todos los
compañeros, influidos por esa adulación instintiva en los cobardes, celebraban alborozados las bromas que Tono se permitía con él. Al buscar sus ropas, terminado el trabajo, encontrábase en los bolsillos cosas nauseabundas; recibía en pleno rostro bolas de pasta, y siempre que el mocetón pasaba por detrás de él dejaba caer sobre su encorvado espinazo la poderosa manaza, como si se desplomara medio techo.
El Menut callaba resignado. ¡Ser tan poquita cosa ante los puños de aquel bruto, que le había tomado como un juguete!
Un domingo, por la noche, Tono llegó muy alegre al horno. Había merendado en la playa; sus ojos tenían un jaspeado sanguinolento, y, al respirar, lo impregnaba todo de ese hedor de chufas que delata una pesada digestión de vino.
¡Gran noticia! Había visto en un merendero al Menut, a aquel ganso que tenía delante. Iba con su novia, una gran chica. ¡Vaya con el gusano tísico! Bien había sabido escoger.