-Además, señorita ¿no tenemos para distraernos, mientras ejercemos nuestra vigilancia el espectáculo siempre variado y siempre nuevo de la Naturaleza? Yo, sólo he recibido una instrucción rudimentaria y quizá sea un atrevimiento en mí, pensar en semejantes cosas; pero, a mi juicio, el hombre no está en el mundo para vivir encerrado constantemente en casas faltas de aire, y de luz, en las que sólo ve objetos creados por él, cuando no tiene más que salir para encontrarse en presencia de la creación de Dios. Los animales no están capacitados para apreciar la grandeza y las bellezas del Universo; pero, el hombre puede y debe, hacerlo. Yo encuentro, en el cumplimiento de ese deber, goces de que no me hastío jamás, porque son avivados continuamente por maravillas inesperadas. Así, por ejemplo, desde hace más de treinta años, no ha pasado ni un día sin que haya visto salir y ponerse el sol, ya en nuestros benignos climas, ya bajo el cielo abrasador de los trópicos, ya en el helado ambiente del polo. ¡Pues bien! nunca he visto una puesta como la de ahora nunca habré visto alborear como lo veré mañana; a cada momento se observan aspectos desconocidos y nuevos. Lo mismo sucede con el mar; he cruzado todas las latitudes, con todos los vientos, en todas las estaciones, a toda hora del día y de la noche sin verle igual dos veces... Le estudio sin cesar y encuentro placer en ello, porque estoy convencido de que estas investigaciones valen tanto como las que los sabios de las ciudades realizan en sus libros y en sus experimentos.
Poco a poco, la señorita de Sergey, olvidando sus secretas preocupaciones, había ido concentrando su atención en las palabras de Maillard. Aunque en la época en que vivimos, no sea extraño encontrar en las clases más ínfimas ideas nobles, elevadas, expresadas a veces con sencilla grandiosidad, Leona no pudo menos de sorprenderse al comparar el lenguaje de aquel hombre con su profesión. En cuanto a Juana pareciéndole lo más natural del mundo, se limitaba a espiar en las facciones de su compañera la admiración que, a su entender, no podía dejar de inspirar su tío.
-Con tales gustos y con semejantes sentimientos -preguntó Leona -¿debe usted ser muy religioso?
-Si con ello quiere usted significar, señorita que me creo sin cesar en presencia de Dios y que se manifiesta constantemente a mí, tiene usted mucha razón. En el hogar, y hasta en la iglesia se podría dudar de él; pero cuando se ve a diario lo que yo veo, la incredulidad es imposible.
-Me explico, señor Maillard, el placer que debe proporcionarle esta contemplación. Pero en las noches de tormenta cuando el viento se desencadena y las olas se agitan, cuando el cielo está encapotado, cuando la nieve, la lluvia o el granizo descargan furiosamente a su alrededor, ¿no echa usted de menos, alguna vez, el abrigo de un techo y el bienestar de la vida doméstica? Y, sin embargo, esos son los momentos, según creo, en que su deber le obliga a redoblar la vigilancia...