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-¡Ya lo creo, señorita! -replicó Juana riendo. -Yo misma la he subido muchas veces, y cargada con un cesto de almejas. ¡Eso sí! no hay que entretenerse en mirar cómo vuelan las gaviotas.

-Tengo entendido, señor Maillard -dijo Leona después de una breve pausa -que sus funciones no se limitan a impedir el fraude sino que también está usted encargado de oponerse al desembarco de toda persona que no haya cumplido ciertas prescripciones legales. Y dado su carácter, tan franco y tan bondadoso, tales obligaciones deben ser a veces muy dolorosas para usted.

-¿Qué quiere usted, señorita? Soy un infeliz, a quien sólo toca obedecer y callar, y procuro llenar mis deberes lo mejor que puedo.

-Sin duda; pero existen desgraciados proscriptos que no han merecido su suerte, a quienes motivos respetables Podrían impulsar a volver secretamente a Francia. Si encontrara usted en la costa un delincuente de esa índole ¿tendría usted valor para detenerle?

-Se desgarraría mi alma señorita pero no vacilaría... Si me convertía en instrumento de una injusticia la falta recaería sobre los que me obligasen a ejecutar órdenes injustas o demasiado rigurosas.

Una nube de despecho y de inquietud pasó de nuevo por el gracioso rostro de lo, señorita de Sergey, que se volvió hacia el mar, con aire pensativo.

La noche caía y salvo un rojizo resplandor al Poniente, la tierra y el agua iban tomando tintes sombríos y uniformes; únicamente se destacaban como manchas negras, en ciertos puntos del Océano, unos cuantos barcos de pesca. Cuando cesaba el rumor de la brisa se percibía el cadencioso murmullo de la resaca y el graznido de los cuervos, que buscaban refugio en las rocas de la ribera.

En medio de aquella calina profunda resonó una voz sonora y varonil, que entonaba una canción Marina.

Juana se estremeció y se puso roja.

-¡Es Terranova! -exclamó.

-Sólo él puede anunciarse de tal modo -dijo el aduanero sonriendo.

-¡Terranova! -repitió la señorita de Sergey. ¿-No es un joven marinero que..?

-¡Cómo! -preguntó Juana con asombro. -¿Conoce usted a Terranova, señorita?

-Me parece haber oído ese nombre antes de ahora.

-Habrá sido a mí; es posible, porque, sin darme cuenta siempre hablo de él.

Leona guardó silencio; pero su agitación revelaba que conocía al personaje en cuestión, mucho mejor de lo que confesaba. En aquel instante, apareció Terranova en el recodo del sendero.

 
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de Elie Berthet

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