-Sí, es tu patrón Cabillot, a cuyo bordo deberías estar, en vez de haraganear por la costa... Por más que, dicho sea sin ofenderte, preferiría que tuvieses otro patrón que ese viejo marrullero, cuya conducta me satisface muy poco. ¿Quieres decirme qué hace ahí, en un sitio donde no hay medio pie de agua bajo su quilla?
-Ya lo ve usted, señor Maillard: está pescando.
-¡Como no pesque cangrejos o camarones! Te repito que me da mala espina; y si no fuera por ti, que eres un buen chico... Pero le vigilo, y en cuanto caiga en falta le echo el guante. Sus maniobras no son francas y naturales, como las de los otros pescadores.
Estas sospechas, tan claramente manifestadas, parecieron desconcertar algo a Terranova.
-¡Vaya señor Maillard! -dijo -no tome usted entre ojos a ese pobre Cabillot. Es un hombre raro, convengo en ello, y le gusta diferenciarse de los demás; pero sin ninguna mala intención. En conciencia ¿qué tiene usted que reprocharle?
-¡Qué sé yo! pero su proceder no es correcto.
Tan pronto se interna en el mar, hasta perderse de vista como se acerca a la playa hasta rozar con los guijarros. Por la noche sus faroles van dispuestos de un modo extravagante; durante el día siempre lleva tendido algún pañuelo de color, en el aparejo en la borda.
-Eso no prueba sino que los tripulantes de Cabillot tienen pañuelos lo cual, como sabe usted, es un lujo entre los pobres pescadores... ¡Vamos, señor Maillard! no se ocupe usted de tales pequeñeces.
Al mismo tiempo, Terranova se acercó al borde del acantilado y comenzó a frotar el pedernal con el eslabón, haciendo saltar numerosas y brillantes chispas.
-¿En qué estás pensando? -preguntó el aduanero -¿vas a encender tu pipa delante de..?
Y designó, con un movimiento de hombro, a la señorita de Sergey inmóvil y silenciosa a pocos pasos.
-Es verdad -replicó Terranova.
Pero aun golpeó la piedra varias veces, como por distracción, antes de guardar el eslabón en su bolsillo.
-Desearía volver al castillo -dijo la señorita de Sergey a Juana. -La noche avanza y mi padre se inquietará por mi ausencia.
-A sus órdenes, señorita usted que puede venir sin temor a pasear por entre las rocas, porque no la faltarán defensores... ¡Luis! ¿irás esta noche a ver a mi madre?
-Palabra que lo haría de buena gana porque hoy estás hecha un pimpollo, pero...
-¡Bueno! ¡bueno! Si tienes algo mejor en que invertir el tiempo, no queremos molestarte... ¿Y usted, tío?
-Ya es hora de servicio -contestó el interpelado. -Se prepara una de esas noches en que hay que estar alerta. Voy a buscar mi carabina a la caseta... ¡Nenita! no olvides mis recomendaciones.
-¡Mire usted! -repuso Terranova que había permanecido en observación. -Parece que Cabillot se ha convencido de que no se puede bogar en seco, y se va mar adentro. Yo creo que ha penetrado las malas intenciones de usted, porque navega en dirección al puerto, corno si se propusiera pasar la noche próxima descansando en su cama.