En Sevilla, en el mismo atrio de Santa Inés, y mientras esperaba que comenzase la Misa del Gallo, oí esta tradición a una demandadera del convento.
Como era natural, después de oírla, aguardé impaciente que comenzara la ceremonia, ansioso de asistir a un prodigio.
Nada menos prodigioso, sin embargo, que el órgano de Santa Inés, ni nada más vulgar que los insulsos motetes que nos regaló su organista aquella noche.
Al salir de la Misa, no pude menos de decir a la demandadera, con aire de burla:
-¿En qué consiste que el órgano de Maese Pérez suena ahora tan mal?
-¡Toma! -me contestó la vieja-, es que éste no es el suyo.
-¿No es el suyo? ¿Pues qué ha sido de él?
-Se cayó a pedazos de puro viejo, hace una porción de años.
¿Y el alma del organista?
-No ha vuelto a aparecer desde que colocaron el que ahora le sustituye.
Si a alguno de mis lectores se le ocurriese hacerme la misma pregunta, después de leer esta historia, ya sabe por qué no se ha continuado el milagroso portento hasta nuestros días.