-¡Miradle, miradle! -decía la joven fijando sus desencajados ojos en el banquillo, de donde se había levantado asombrada para agarrarse con sus manos convulsas al barandal de la tribuna.
Todo el mundo fijó sus miradas en
aquel punto. El órgano estaba solo y, no obstante, el órgano seguía sonando... sonando como sólo los arcángeles podrían imitarlo en sus raptos de místico alborozo.
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-¡No os lo dije yo una y mil veces,
ni¡ señora doña Baltasara, no os lo dije yo!...
¡Aquí hay busilis!... Oídlo; ¿qué, no estuvisteis anoche en la Misa del Gallo? Pero, en fin, ya sabréis lo que pasó. En toda Sevilla no se habla de otra cosa... El señor arzobispo está hecho, y con razón, una furia... Haber dejado de asistir a Santa Inés; no haber podido presenciar el portento... ¿Y para qué? Para oír una encerrada; porque personas que lo oyeron dicen que lo que hizo el dichoso organista de San Bartolomé en la catedral no fue otra cosa... Si lo decía yo. Eso no puede haberlo tocado el bisojo, mentira ... ; aquí hay busilis; y el busilis era, en efecto, el alma de Maese Pérez.