Salió del boliche sin despedirse de nadie y se montó en su moto. Justo cuando iba a responderle a Mía, recibió otro mensaje:
“¿Dónde estás, cosita? Recién me meto a la camita, vení a mi depto… Lore”.
¿Y ahora qué hago?
Iba por la ruta raudamente, con el pelo al aire de la madrugada y disfrutando de su indecisión. Se sentía orgulloso de que su estrategia con Mía comenzara a funcionar. Ella había sido muy agresiva en un primer momento y, prácticamente, había agotado todas las estrategias conocidas; de allí que ese mensaje era ya en sí mismo todo un éxito. ¿Y si voy con Lore? A lo mejor me conviene hacerme desear un poco con Mía y, de paso, me divierto con Lore…
A cien metros, la ruta se bifurcaba. Si decidía ir con Lore, tenía que doblar a la derecha; si optaba por buscar a Mía, a la izquierda. Sus pensamientos estaban confundidos. Al fin y al cabo, no era una decisión tan importante como para estar dudando tanto. Sesenta metros y aún no había tomado una decisión. Cuarenta: ¡Voy a lo de Mía! Treinta: ¡Voy con Lore! Veinte: ¡Sí! ¡Voy con Lore y la paso genial! Diez: Voy con Mía… Cero: ¡FINALMENTE DOBLÓ!
Hizo cincuenta metros en pocos segundos y todavía no estaba del todo convencido de la decisión tomada. Eran las 06:01 AM.
A trescientos metros, un camión, imprevista y peligrosamente, se pasó de carril. Intentó esquivarlo, pero su moto derrapó y chocó violentamente contra un árbol. Tomás no tenía su casco…
—¡Gané mil puntos! ¡Bien! ¡GANÉ MIL PUNTOS! —se escucharon extraños gritos de júbilo que sonaban como una voz en off y que provenían de algún lugar indeterminado.