Había aprendido de su legión de recientes conquistas que, prácticamente, no existía mujer imposible. Solo era cuestión de una adecuada estrategia. Por supuesto que también sufrió numerosos fracasos, algunos incluso memorables. Sin embargo, paradójicamente, los disfrutaba más que a sus éxitos. A Tomás le encantaban los desafíos. Cuanto más difícil e imposible, ¡mejor! A menudo, sostenía que los fracasos eran estadísticamente necesarios para llegar al preciado éxito final y que no tenía nada que perder con sus locos intentos. ¡Soy todo un experto en dar vueltas los NO!, solía jactarse orgulloso. Nada se compara con estar en la cama junto a una linda chica difícil. ¡Qué sensación de triunfo total, por Dios!
Sus cambios de hábitos fueron elocuentes. Se fue a vivir solo a un departamento con una increíble vista al río y se compró la moto que siempre había soñado. Modernizó su vestimenta de acuerdo con “los nuevos tiempos que corrían” y cambió forzosamente su círculo de amigos.
Obviamente que recibió toneladas de críticas y consejos. A sus espaldas se decía que sufría el famoso “viejazo” y que se veía ridículo haciéndose “el pendejo”. Todo su entorno familiar hacía hasta lo imposible para que volviera con Josefina; pero, si de algo estaba seguro, era de que ya no la amaba y, además, necesitaba urgente un rotundo cambio en su vida.
Desde que no habían podido tener un hijo, la convivencia se había transformado en una verdadera tortura, con peleas y reproches permanentes. A partir de entonces, vivieron un calvario de angustiosos tratamientos, que incluyó una sufriente y aflictiva pérdida de un embarazo avanzado.
