Capítulo 1
Tomás
Tomás comenzaba a sentirse bien. Su estado de ánimo mejoraba o, al menos, trataba de convencerse de eso. Tenía cuarenta y un años y su vida nunca había estado tan incierta como hasta ese entonces. Sin embargo, comenzaba a disfrutar de esa inacostumbrada incertidumbre. Era el hijo del medio de una familia acomodada, que siempre se encargó de “solucionarle” todos sus pequeños contratiempos y de indicarle cuál era su camino.
Hacía más de un año de su traumático divorcio con Josefina. Habían estado juntos, prácticamente, todas sus vidas. Sus padres eran íntimos amigos y socios; por lo tanto, la separación fue por demás dolorosa.
Tomás se sentía a gusto con su aspecto físico. Sin embargo, había comenzado a cuidarse, consciente de que nada es eterno en la vida. Incluso creía que sus incipientes canas lo hacían más interesante o, al menos, eso es lo que le había sugerido una de sus últimas conquistas. Tenía montado un mini gimnasio en su departamento de “soltero” y se jactaba de que sus abdominales nunca habían lucido tan impactantes.
Estaba sorprendido del éxito que todavía lograba con las mujeres de todas las edades. Podía comprender fácilmente que una chica cercana a los treinta estuviera muy interesada en él; al fin y al cabo, era lo que llamaban “un muy buen partido”: tenía buen aspecto, dinero, lucía joven y, sobre todo, no tenía hijos. Sin embargo, lo que más le llamaba la atención era cómo podía acceder tan fácilmente a las veinteañeras. ¿Qué buscarán cuando están conmigo?, se preguntaba con una pícara sonrisa. Algunas solían decirle que se sentían seguras con él y que se aburrían con los chicos de su edad. Otras, simplemente, le respondían que les gustaban sus llamativos ojos verdes, que resaltaban en contraste con su oscuro cabello lacio. Mucho no le importaban las razones y trataba de disfrutarlo como podía. Rotaba las chicas para que no se creyeran con derechos. Cuando concretaba con una, no la volvía a buscar por un buen tiempo, aunque tuviera ganas y, después, la llamaba como si nada. Ellas, así, entendían su mensaje claro y subliminal: diversión, ¡toda!; compromiso, ¡ninguno!