—Tomás, se suspendió el asado. Venite para mi casa que estamos todos acá tomando unas cervezas.
—¡Ya mismo voy para allá! ¡Manténganlas bien frías que en un segundo llego! —contestó con tono de fiesta de egresados.
Dobló en U en la ruta y aceleró al máximo. Su moto gemía, impetuosa, su enorme poder de fuego. Se sentía totalmente identificado con ella: era el símbolo que sintetizaba esta incipiente etapa de su vida, la de un Tomás nuevo, renovado, libre e incierto, que el viento lo llevaba hacia ninguna parte.
Luego de varias rondas de exquisitas cervezas, todos fueron a la inauguración de la nuevo disco. ¡Al diablo con Mía y Lorena! ¡Esta noche, no me esclavizo con nadie!
Durante más de tres horas, Tomás sobreactuó una noche descontrolada: bailó desaforado, tomó mucho alcohol e iba de un lado al otro mostrando su lado más histriónico. En un momento, sintió la necesidad de apartase a un reservado alejado y se calmó un poco. Me parece que es hora de irse, esto ya no me divierte... Son casi las seis y no tengo nada de sueño… ¿Será muy tarde para llamarla a Lore? Debe estar furiosa porque la dejé plantada… Yo le mando mensaje igual, si se enoja, problema suyo, ¡je!
Tomó el celular y escribió: “Linda, ¿dónde estás? ¡Te estuve buscando por todas partes!”.
Apenas dos minutos después, recibió un mensaje. ¡Qué rápido respondió! ¡La tengo muerta!
Sin embargo y, para su sorpresa, no era un mensaje de Lore…
Remitente: “Mía”.
“¿Estás por la calle todavía? Me quedé con ganas de verte hoy. Si querés pasame a buscar por el Bar del Río”.
—¡Mordió! ¡Dale, campeón! ¡Dale, campeón! ¡Soy un monstruo! —gritó al viento, descontrolado. Igualmente, me parece que lo mejor es no ir, me voy a hacer desear un poco, así pronto la tengo comiendo de mi mano. Humm, pero… tengo muchas ganas de ir a verla. Además, las mujeres son como las chapas, si no las clavás cuando podés, ¡se vuelan! ¿Qué hago? ¿Voy o no voy?, pensaba dubitativamente.