-Ya voy -respondió su mujer- y después
gritó:
-Ana, hermana Ana, ¿no viene nadie?
-Veo -respondió su hermana Ana- una gran polvareda que
viene por este lado.
-¿Son mis hermanos?
-¡Ay, no!, hermana, es un rebaño de carneros.
-¿No quieres bajar? -gritó Barba Azul.
-Un minuto -respondió su mujer, y después
gritó:
-Ana, hermana Ana, ¿no ves venir a nadie?
-Veo -respondió ella- dos caballeros que vienen por este
lado, pero están muy lejos todavía . . .
-¡Gracias a Dios! -gritó un instante
después-, ¡son mis hermanos! Les hago todas las señas que
puedo para que se apuren.
Barba Azul se puso a gritar tan fuerte que toda la casa
tembló. La pobre mujer bajó y fue a echarse a sus pies, toda
llorosa y desgreñada.
-Eso no sirve de nada -dijo Barba Azul-, morirás.
Luego, tomándola por los cabellos con una mano,
levantó con la otra el cuchillo e iba a cortarle la cabeza. La pobre
mujer se volvió hacia él y, mirándolo con ojos
lánguidos le rogó que le diera un momentito para meditar.
-No, no, encomiéndate a Dios -dijo él, y
levantando el brazo. . .
En ese momento golpearon tan fuerte a la puerta que Barba Azul
se detuvo.