-Morirás, señora -le dijo-, y de inmediato.
-Puesto que debo morir -respondió ella mirándolo
con sus ojos llenos de lágrimas-, concédeme un momento para rogar
a Dios.
-Te doy unos minutos -continuó Barba Azul-, pero ni un
instante más.
Cuando ella estuvo sola llamó a su hermana y le
dijo:
-Hermana Ana -porque así se llamaba- te ruego que subas
a lo alto de la torre para ver si vienen mis hermanos; me prometieron que hoy
vendrían a verme. Y si los ves, hazles señas de que se apuren.
La hermana Ana subió a lo alto de la torre y la pobre
afligida le gritaba de cuando en cuando:
-Ana, hermana Ana, ¿no viene nadie?
Y la hermana Ana le respondía:
-Sólo veo el sol que espolvorea y la hierba que
verdea.
Mientras tanto, Barba Azul con un gran cuchillo en la mano,
gritaba con toda su fuerza a su mujer:
-¡Baja rápidamente o subiré yo!
-Un minuto más, por favor -le respondió su mujer,
y luego preguntó en voz baja:
-Ana, hermana Ana, ¿no viene nadie?
-Sólo veo el sol que espolvorea y la hierba que
verdea.
-Baja rápidamente -gritaba Barba Azul- o subiré
yo.