Esa misma noche regresó Barba Azul de su viaje,
diciéndole que había recibido cartas durante el trayecto
informándole que el negocio por el cual había partido se
había concluido ventajosamente para él. Su mujer hizo todo lo que
pudo para demostrarle lo contenta que estaba por su pronto retorno.
Al día siguiente Barba Azul le pidió las llaves y
ella se las dio, pero con mano tan temblorosa que él adivinó
fácilmente lo que había ocurrido.
-¿Cómo es que la llave del gabinete no
está entre las otras? -preguntó.
-Seguramente la he dejado arriba, sobre mi mesa.
-Tráemela.
Luego de varias demoras tuvo que traer la llave. En cuanto la
vio, Barba Azul dijo a su mujer:
-¿Por qué hay sangre en la llave?
-No sé nada -respondió la pobre mujer, más
pálida que la muerte.
-Tú no sabes nada -continuó Barba Azul-, pero yo
lo sé bien: ¡has querido entrar en el gabinete! y bien,
señora, entrarás en él y ocuparás un lugar junto a
las damas que allí has visto.
Ella se echó a los pies de su marido, llorando y
pidiéndole perdón, dándole muestras de verdadero
arrepentimiento por no haber sido obediente. Hubiera enternecido a una roca,
bella y afligida como estaba, pero Barba Azul tenía el corazón
más duro que una roca.